Estamos luchando en contra del transfuguismo, la corrupción nos ha golpeado pero no nos ha noqueado y, el conformismo que prevalece en la sociedad nos ha enfriado y a reducido el accionar crítico; sin embargo, nos queda la vocación, la fe y la esperanza que son las semillas que nunca mueren. Debemos aceptarlo y expresarlo sin temor, esos tres elementos nos reducen la motivación para ser parte de un grupo que ejerza una acción transformadora que trastorne la realidad social en la cual nos desempeñamos y vivimos. Esos actos anti éticos debilitan la potestad ciudadana que deberían ejercer los ciudadanos dominicanos. Esas tres lluvias ácidas nos succionan el néctar que produce sinergia y creatividad, nos dejan petrificados, con una conducta insípida, neutral, espiral y sin tejidos sensoriales. Nos dejan como sin nada, sin destino y sin propósitos colectivos que trasciendan a nuestro efímero y confuso ego.
Debemos entender que el transfuguismo no cesó el día que terminaron las elecciones, es una conducta inherente del sistema político dominicano que se encuentra putrefacto; no es un eje propio de la democracia, es un accionar anti ético que se basa en la deshonestidad y en la desesperada búsqueda para producir una movilidad económica y social que sólo genera beneficios propios a costa del bienestar de la sociedad. No existe otra motivación en el transfuguismo político. Aquí se siembra y prevalece la traición, la falta de lealtad, la desconexión sin un aislamiento. Se desconectan de su matriz y aún de sus ideologías para conectarse con algo sin sustancia pero que sí le genera beneficio material. Suena sabio y rentable pero, todo este proceso de transfuguismo afecta la democracia, afecta el desarrollo cardinal y básico en las familias dominicanas y del Estado. En una democracia representativa el transfuguismo destruye la confianza colectiva, y una sociedad atrapada por la desconfianza lacera el crecimiento y la formación de la clase media baja y la clase media alta; y donde se disuelven esas dos clases hay involución, inseguridad y pobreza en general.
La corrupción, ya es un tema que se parece a la oración del “Padre Nuestro”, todos los dominicanos saben recitar esa oración, hasta en los puntos de drogas existe un nivel de religiosidad, pero no todos los dominicanos tenemos el carácter de encarnar y practicar dicha oración. Vivimos una conducta ambigua, turbia y confusa. Ayer mismo estaba en una comunidad llena de fuentes acuíferas pero sin acceso a agua potable. ¿Cómo es posible que la República Dominicana no ha podido crear un sistema de distribución de agua potable en pleno siglo 21? Estamos en el año 2024, un país geocéntrico, rodeado de ríos y arroyos, con ingenieros y compañías que poseen todos los recursos humanos y técnicos para proveer agua potable en cada rincón en nuestro 48,000 kilómetros cuadrados. Simplemente esto tiene una sola explicación: Híper corrupción.
El tercer elemento que está afectando los andamios que sostienen nuestro desarrollo y seguridad ciudadana es el conformismo. Cuando una sociedad se climatiza está destinada al retroceso moral y económico. Cuando una cultura abraza una acción acomodaticia pierde la capacidad de generar contra peso. Cuando los ciudadanos adoptan una conducta de resignación, están fabricando las flechas que usará el enemigo para eliminar a los mismos que forjaron esas flechas, que no son mas que un producto del resígnamiento.
El conformismo es la ignorancia vestida de humildad, es el miedo cubierto de neutralidad. Una sociedad conformista puede definirse como alguien que acepta y se adapta a las mañas y a las prácticas infructuosas que sólo generan caos y precariedad. Una sociedad conformista perdió la capacidad de esforzarse para cambiar su situación, la acepta alegremente; de hecho, aún peor, cree que debe ser así porque es la voluntad de un Dios castigador. Claro, somos tan bárbaros, que nos escapamos hacia otras tierras “donde Dios es más rico y no se mete con la pobreza”.
No nos dejemos vencer por lo amoldable, debemos ejercitar aquella vocación que un día descubrimos y que nos da energía y sentido. Hay que abrazar la fe que nos sostiene con una esperanza viva y encendida como una antorcha que rompe el escenario de la confusión generada por la oscuridad. Retomemos la reflexión y la parte crítica que nos lleva a la potestad ciudadana. No nos dejemos vencer por lo amoldable.