Lo que pasó en Venezuela es, para la mayoría de la gente, un problema de Venezuela: a once días de las elecciones ni se acuerdan de ele porque, como siempre, solo nos importa aquello que nos duele.
Quienes tenemos gente querida allá, sin embargo, no podemos mirar hacia un lado porque la incertidumbre continúa latente y el hostigamiento a quienes no están con Nicolás Maduro ha alcanzado unos niveles de terror: a cualquiera le pueden requisar el teléfono en la calle y si encuentran una conversación que desagrade a los maduristas el destino es ser detenido.
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Pocos se atreven a hablar por teléfono y, de hacerlo, borran la conversación por temor a que los agentes hagan redadas en las casas. No es para menos tras escuchar a Maduro diciendo (el martes pasado) que han detenido a 2,229 “terroristas”, como llama a las personas que han participado en las protestas que se generaron tras los resultados electorales.
Con el espacio aéreo cerrado, un presidente que se ha dado oficialmente como ganador y una oposición que muestra actas que las autoridades no aceptan, todo indicar que en Venezuela no “pasará nada” aunque esté pasando todo. ¿Qué hará la comunidad internacional? ¿Mirará a otro? ¿Ignoraremos lo que viven los venezolanos y los criollos que están allá?