No paramos de sufrir

No paramos de sufrir

En 1862 Victor Hugo escribió “Los Miserables”. Es la larga historia y penurias de Jean Valljean y el fin de su perseguidor más tenaz y maligno: el Comisario Jobert.

Cuando el Comisario Jobert lo libera al fin de su persecución patológica y se arroja al Sena, en los lectores de la larga novela y en los espectadores de la reciente película se escapa un suspiro que tal vez no sólo es de alivio. Es como la confirmación o la certeza de que al final, aunque la noche sea negra hay justicia. La impunidad, el abuso de poder y los crímenes más negros hallan finalmente su condena, su sentencia y su verdugo.

El 24 de marzo de 2004, en Argentina el pueblo se reunió frente a las instalaciones de la Escuela de Mecánica de la Armada, tal vez el más grande y terrible campo de concentración de Sudamérica. El presidente Kirchner celebró un acuerdo con el municipio de la ciudad de Buenos Aires y declararon el recinto como Museo de la Memoria. Una especie de Memorial del Holocausto argentino.

El que arrancó precisamente el 24 de marzo de 1976, con el golpe de estado que derrocó el gobierno de Estela Martínez de Perón. Desde entonces, la junta militar encabezada por el general Videla, instauró el más terrible terrorismo de estado y desapareció 30.000 argentinos. Casi todos de la generación que hoy día tiene cincuenta años

Kirchner escribió en el prólogo que presenta un cuadernillo con los poemas de Ana María Ponce: “Existió en esta Patria una generación signada por el deseo de desterrar de su suelo la desigualdad y la injusticia. Soy parte de esa generación. También lo fue Ana María Ponce. Alguna vez juntos compartimos en Ezeiza la vigilia ilusionada del retorno de Perón a la Argentina. Y en esa misma ocasión, juntos escapamos de las balas que enloquecidas volaban sobre nuestras cabezas.”

El cuadernillo fue repartido en el acto que se realizó en la ESMA, donde se anunció la creación del Museo de la Memoria.

Contiene algunos de los poemas que Ponce escribió durante su cautiverio, entre ellos el titulado “Para mañana” .

Ana María Ponce fue secuestrada el 18 de julio de 1977 por personal de la Armada y llevada a la ESMA. Fue vista con vida por última vez en febrero de 1978, cuando los marinos le informaron que tendría una entrevista con el director del centro clandestino de detención, Rubén Chamorro. Intuyendo su destino, Loli nombre como se la conocía en la ESMA, dejó a Graciela Daleo, una compañera de detención y sobreviviente de la ESMA, los poemas que escribió en su cautiverio.

“Como miles de jóvenes en aquellos aciagos años, Ana María Ponce fue arrancada de sus afectos, privada de su libertad y sometida al escarnio de sus carceleros”, escribió Kirchner en el prólogo.

“Privada de sus amores, arrinconada por la irracionalidad y la barbarie, empujada sin piedad hacia su muerte, Ana María Ponce se dio espacio para trascender esos años de plomo y llegar hasta aquí, tan sólida como entonces, tan presente, ejercitando nuestra memoria colectiva para que nadie más en esta Patria deba soportar tanto padecimiento.”

La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), fue el más emblemático de los 651 centros clandestinos de detención que funcionaron en el país durante la última dictadura militar. Allí, unas 5.000 personas fueron torturadas, asesinadas o desaparecidas durante la última dictadura, a manos del temible Grupo de Tareas 3.3.2. o de represores como Emilio Massera y Alfredo Astiz.

El predio, está ubicado entre la avenida del Libertador, Comodoro Rivadavia, Leopoldo Lugones y Santiago Calzadilla, y linda con la escuela industrial Raggio, al norte, fue cedido por el Concejo Deliberante de la Municipalidad de Buenos Aires al Ministerio de Marina, por un decreto de 1924, para ser utilizado como centro de instrucción militar.

El terreno, donde hoy funcionan el Liceo Naval Militar Almirante Guillermo Brown y la Escuela Nacional de Marina Mercante, entre otros, fue ocupado en aquella oportunidad con varios edificios: la Escuela de Mecánica, la Escuela de Guerra Naval y el Casino de Oficiales.

Durante la dictadura militar, el Casino de Oficiales era el edificio destinado al Grupo de Tareas 3.3.2. Tenía tres pisos, un sótano y un gran altillo. En estos dos últimos y en el tercer piso estaban alojados los detenidos.

El sótano era el lugar adonde eran llevados los detenidos recién ingresados. Allí se daba el primer paso en la obtención de datos, ya que al fondo estaban las piezas para torturas.

La distribución del sótano fue modificada en octubre de 1977 y duró hasta diciembre de 1978, fecha en la cual fue nuevamente modificada como preparación a la visita de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), precisa el libro Nunca Más, que recoge las atrocidades cometidas por la dictadura.

El dorado estaba ubicado en la planta baja. En ese lugar estaban las dependencias donde funcionaban el servicio de “Inteligencia” en el que se realizaba la planificación de las operaciones, el comedor de oficiales, salón de conferencias y sala de reuniones.

Capucha era un recinto en forma de “ele”. No tenía ventanas, sólo pequeños ventiluces que daban a celdas pequeñas denominadas camarotes.

El pañol era el depósito del producto del saqueo de las viviendas de los secuestrados, hasta fines de 1977. Allí se encontraba una cantidad impresionante de mobiliario, ropa y otros objetos.

La pecera era una serie de pequeñas oficinas donde algunos prisioneros permanecían una parte del día.

En la capuchita, un lugar donde originariamente estaba el tanque de agua que abastecía todo el piso del Casino de Oficiales, había dos salas de tortura y un espacio en el que se mantenía a los prisioneros de la misma forma que en capucha.

Al finalizar la dictadura militar en 1983, el edificio retornó a sus funciones iniciales de instrucción militar y el 9 de marzo de 1984 la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP) realizó una inspección para constatar si en dicho lugar funcionó el centro clandestino de detención al que se referían los denunciantes.

Los centros de detención fueron indispensable para que la dictadura militar llevara adelante su política represiva y es allí donde miles de personas “vivieron su desaparición”.

“Ingresar a ellos significó en todos los casos “dejar de ser’”, dice el libro “Nunca Más” en su capítulo sobre los centros clandestinos de detención.

El dictador Jorge Rafael Videla dijo a la revista Gente el 22 de diciembre de 1977: “Yo niego rotundamente que existan en la Argentina campos de concentración o detenidos en establecimientos militares más allá del tiempo indispensable para indagar a una persona capturada en un procedimiento y antes de pasar a un establecimiento carcelario”.

Los centros clandestinos de detención se establecieron en algunos casos en dependencias que ya funcionaban como sitios de detención, como comisarías y destacamentos, los que fueron usados con mayor frecuencia para albergar a “desaparecidos”.

En otros casos se trató de locales civiles, dependencias policiales e, inclusive, asentamientos de las mismas Fuerzas Armadas, acondicionados ex profeso para funcionar como centros de detención, entre ellos, además de la ESMA, La Perla, en Córdoba, el Liceo Militar de Mendoza y Campo de Mayo.

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