«No perecerán»
Azucena, Esther, María, Cindy: unas chicas del montón

«No perecerán» <BR>Azucena, Esther, María, Cindy: unas chicas del montón

POR GRACIELA AZCÁRATE
Si el tigre es desde la antiguedad un animal mítico y prodigioso, en los bestiarios medievales se alababa en especial «el amor maternal de la tigresa». Los cazadores narraban que se aprovechaban de esa pasión desmesurada y ponían en el suelo un espejo redondo donde la tigresa se miraba. Confundida, creía ver a su cría que trataba de mamar y así la inducían a caer en la trampa.

Con esa estratagema la cazaban sin resistencia ni lucha. Así como en los bestiarios medievales han cazado y cazan a las mujeres en cualquier lugar del mundo, en cualquier época inducidas por el amor filial. Puede ser el conmovedor cuento de William Faulknner y esa madre que entiende, a pesar del dolor por qué su hijo murió en la Segunda Guerra Mundial, y hasta comprende por qué sus ancestros murieron en la vieja guerra de la Confederación y las mujeres los acompañaron aunque estuvieran afligidas. Pero la muerte del hijo, en el cuento de Faulkner tiene un sentido y por eso la madre llora pero lo entiende y afirma. Lo que no tiene sentido es la muerte de los hijos de las madres argentinas, o esta muerte inmerecida de 1.800 jóvenes norteamericanos enviados a Irak.

Hace treinta años el gobierno militar argentino las llamó «Las Locas de Plaza de Mayo» de la misma manera que ahora el gobierno de Bush trata de descalificar el reclamo de Cindy Sheehan.

Bajo el sol implacable de Texas, frente al rancho presidencial, en Crawford, esa madre norteamericana se abraza a la cruz blanca que representa a su hijo caído en Irak el año pasado.

Es una madre más de América atrapada en el espejo del amor filial donde sí está su hijo reflejando la deshonestidad y la infamia del presidente de Estados Unidos y sus secuaces.

Ella quiere que el presidente la mire a los ojos y le diga por qué su hijo fue «asesinado» en una guerra «ilegal e injusta».

Es posible que para ella recién ahora empiece su calvario y que deba esperar mucho tiempo para encontrar respuesta y justicia a esa muerte inmerecida. A lo mejor tendrá que tener la paciencia de las argentinas.

Treinta años después, las sudamericanas que al igual que a sus hijos las cazaron y las tiraron al mar abierto vuelven como las palabras premonitorias de la madre norteamericana de 1940, vuelven con un: «Habrá bastante dolor pero no perecerán».

Vuelven desde una tumba sin nombre, a defender desde la muerte y el silencio las convicciones de sus hijos y sobre todo el derecho a la vida. Con la misma reciedumbre y coraje de Cindy Sheehan, una californiana de 48 años, madre de Casey Sheehan, muerto en combate en Irak el 4 de abril de 2004. En ella se resumen las protestas contra la guerra, y, su asedio y demanda de justicia ha puesto a Bush ante la pregunta de: «¿Cuántos hijos más tienen que sacrificarse?»

Casi como en sincronía, mientras ella plantaba su casa de campaña frente al rancho de Bush, en Argentina el equipo de Antropología Forense convocó a una rueda de prensa para informar a familiares, y descendientes, que había descifrado las identidades de los cuerpos arrojados al mar en los «vuelos de la muerte»

Los cadáveres de Azucena Villaflor, fundadora de «Madres», de Esther Ballestrino de Careaga y de María Ponce de Bianco fueron hallados en un cementerio de General Lavalle en la Provincia de Buenos Aires donde estaban sepultadas como NN. (Sin nombre)

Luis Bianco, hijo de una de las desaparecidas, expresó su deseo de que los cuerpos de las tres mujeres fueran sepultados juntos porque «así pelearon y así se fueron».

Cecilia Devicenti, hija de Azucena Villaflor, dijo conmovida: «Mi mamá era una simple ama de casa que salió a buscar a su hijo, uno de mis hermanos y se dio cuenta de que si seguía golpeando las puertas sola, no la iban a escuchar».

Lo que estremece y hermana con el clamor de Cindy Sheehan en Estados Unidos es que el informe dice: «Esta verdad era conocida por el Departamento de Estado Norteamericano, como consta en documentos clasificados, en los cuales el entonces Embajador de los Estados Unidos en la Argentina, Raúl Castro, revela que la embajada norteamericana había obtenido información confidencial de una fuente protegida del gobierno argentino, acerca del hallazgo de siete cuerpos en la costa Atlántica, entre los cuales se encontrarían las madres secuestradas por fuerzas de seguridad entre el 8 y 10 de diciembre de 1977. Este informe tiene fecha de marzo de 1978».

La tragedia común del sur y el norte las hermanas, son las mismas mujeres, todas madres, ni siquiera las separan las distancias en el tiempo. Hoy como ayer las demandas de los familiares de los soldados norteamericanos muertos en Irak y los hijos de las argentinas exigen: «Verdad y Justicia. Cárcel común a todos los genocidas. No vamos a olvidar, no vamos a perdonar. Juicio y castigo a todos los culpables». Y aunque saben que «habrá bastante dolor» el reflejo en el espejo filial les dice que «No perecerán».

Perfil

Azucena Villaflor: nació en Avellaneda el 7 de abril de 1924. Hija de Emma Nitz, una muchacha de apenas quince años, y de Florentino Villaflor, jornalero de una lanera, de 21 años. Se crió, con su tía paterna Magdalena y sus primas, hijas de Magdalena con Alfonso Moremans, Lidia, Nora y Alma, fueron prácticamente sus hermanas de sangre, además de su propia hermana, Elsa, fallecida en 1993. A los quince años comenzó a trabajar en la empresa Siam, como telefonista. En 1949 se casó con un trabajador de esa firma, Pedro De Vincenti, y tuvieron cuatro hijos: Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia. Siempre identificada con las causas sociales, su lucha se intensificó desde el 30 de noviembre de 1976, cuando su hijo Néstor, miembro de la Juventud Peronista, y su novia, fueron secuestrados en un operativo en Villa Domínico. Fue en la sala de espera del Vicariato de la Marina donde, indignada por las burlas y la humillación a las que eran sometidos por los funcionarios de la dictadura, Azucena le propone a otros familiares comenzar a reunirse en la Plaza de Mayo para reclamar públicamente por la vida de sus seres queridos. Catorce mujeres participaron el 30 de abril de 1977 de la primera ronda. Azucena no sólo fue quien convocó a esa reunión sino que fue el motor incansable del grupo durante esa etapa atroz del país.

Esther Ballestrino de Careaga: «Todos los desaparecidos son mis hijos» esta frase puede resumir la vida de Esther, quién luego de recuperar a su hija Ana María, detenida-desaparecida durante casi cuatro meses en el Centro clandestino de Detención «Club Atlético», continuó hasta su desaparición junto a sus compañeras de lucha. Nació en Uruguay, el 20 de enero de 1918. Fue criada en Paraguay, donde más tarde militó en el Febrerismo, movimiento de socialista, con un programa de liberación nacional. En esa etapa organizó el movimiento femenino del Paraguay, siendo su primera secretaria General. Al refugiarse en Argentina fue detenida y desaparecida el 8 de diciembre de 1977. Era Maestra Normal y Doctora en Bioquímica y Farmacia en la Universidad Nacional de Asunción, Paraguay. Tras el derrocamiento del Febrerismo en 1946, se instaló en Buenos Aires en 1947. Participó en reuniones y congresos, y tuvo encuentros con destacados luchadores como Salvador Allende, Ernesto «Che» Guevara, Alicia Moreau de Justo y Zelmar Michellini, entre otros. A partir del golpe del 24 de marzo de 1976, y debido a la complicidad entre las dictaduras de la Junta Militar Argentina y Stroessner en Paraguay, mediante el Plan Cóndor, se intensificó la persecución de ciudadanos paraguayos en el exilio. Esther solicitó y obtuvo la condición de refugiada, bajo la protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR). El 13 de septiembre de 1976 secuestraron a su yerno, Manuel Carlos Cuevas y el 13 de junio de 1977 fue secuestrada su hija menor, Ana María, que tenía 16 años y estaba embarazada de tres meses. A raíz de esto, Esther se organizó junto a otras mujeres y fundaron el movimiento Madres de Plaza de Mayo. Su hija Ana María recuperó su libertad. Esther se fue con sus hijos a Uruguay, Suecia y Brasil como asilados políticos, y volvió posteriormente a la Argentina, a las rondas de la Plaza de Mayo, con las madres a seguir luchando, porque como ella misma decía, cuando le preguntaban porqué continuaba si su hija ya había sido liberada, «voy a seguir hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos».

María Ponce de Bianco: para ella lo más importante era «andar con dignidad y con la mirada limpia». Nació el 6 de julio de 1924, en Tucumán, y aunque solo fue al colegio hasta quinto grado, leía muchísimo y tenía una gran formación autodidacta. Fumaba, usaba pantalones, y manejaba el dinero y los negocios. Era una excelente cocinera y según su amiga Marta Gómez «su madurez política la llevó a romper con el partido comunista para transformarse en una activa y lúcida militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)». Según sus familiares y amigos María era «una luchadora que no esperaba nada a cambio, sólo la satisfacción ante la vida». María tuvo una colchonería en Alberdi al 7000, y mientras llevaba adelante el trabajo y las penurias económicas, que el pequeño emprendimiento le ocasionaba, no se privaba de estudiar «El Capital» y las principales obras de Marx y Engels. Su hijo, Luis Bianco dijo: «era una gran mujer una «negra india tucumana» de ley y aunque sólo termino la primaria, siempre hablaba de la igualdad entre los hombres, ella me enseñó a no temer a los mendigos,y a la gente diferente»

Fuente: (ANC-UTPBA)

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