¿No puede haber un país en el mundo?

¿No puede haber un país en el mundo?

FIOR TELEMÍN DE SANCHIZ
Una reflexión sobre el aborto. La sensibilidad poética de nuestro gran Pedro Mir se pone de manifiesto en su obra magistral  «Hay un país en el mundo» , donde expresa con elocuente y pasional lenguaje la singular belleza de esta tierra.

Los orígenes de la dominicanidad están salpicados de elementos que imprimen un significado muy especial al sentido de ser dominicano.

El ideólogo de nuestra nacionalidad, el ilustre Juan Pablo Duarte, cuando concibe su plan independentista no duda en ponerlo bajo la protección del altísimo y, como una inspiración divina, crea la sociedad «La Trinitaria», cuyo juramento reza: «En el nombre de la Santísima, Augustísima e indivisible trinidad de Dios Omnipotente, en nombre de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes…»

Como podemos inferir, la soberanía que hoy disfruta el país tiene una raíz sagrada, ya que su fundamento descansa sobre la invocación del Creador, de cuya existencia el mismo Duarte estaba convencido.

Nuestros símbolos patrios, por otro lado, nos hacen evocar el cristianismo. Una cruz blanca, signo de Cristo, divide los colores azul y rojo en nuestra bandera. En tanto, la Biblia, que reposa abierta en el centro del escudo, nos anuncia que la verdad sólo proviene de la palabra de Dios.

Como sabemos, estas insignias representan a la República Dominicana, es decir, a todos los dominicanos. Ignorar este clarividente detalle, ¿no sería arriesgarnos a perder lo más genuino de nuestra identidad?

La noticia de la despenalización del aborto para que forme parte de nuestras leyes, ha interpelado las conciencias de todos los dominicanos que se identifican con estas palabras del Patricio: «Sed justos, lo primero, si queréis ser felices. Este es el primer deber del hombre…» La verdad y la justicia sólo proceden de Dios, y sólo en Cristo tienen su cumplimiento. La sabia sencillez de los promotores de nuestra libertad, denota el sano juicio que poseía al fundar sobre estos pilares algo tan importante como es la nación.

Nuestro país, arrastrado por el progreso científico y tecnológico que han traído los tiempos modernos, parece olvidar los estamentos primarios de su génesis. En su afán por ganar un puesto en el «mundo desarrollado», olvida que es portador de otra riqueza de la que sí tienen necesidad todos los pueblos de la tierra: la fe en Dios. Es a través de ella que se puede descubrir el incalculable valor de la vida humana, desde su inicio hasta su final. Y es también por ella que se pueden conjugar los recursos de la ciencia y la técnica para construir una sociedad mejor.

Ojalá que se pueda despertar a tiempo y experimentemos la satisfacción de ser, talvez, la única nación del planeta que se oponga a una ley inicua. Diógenes, un filósofo de la antigua Grecia, andaba en pleno día con un candil. Buscaba un hombre que lo fuera de verdad. Si este pueblo fuera ese «hombre» que buscaba Diógenes, es porque realmente siente que en su pecho crece la llama de la justicia y el amor, que se traducirán en autenticidad y heroísmo para perder lo que no es y ganar lo que es. Entonces se puede decir con toda propiedad que «hay un país en el mundo», y es éste precisamente, «colocado en el mismo trayecto del sol».

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