¡No puede ser!

¡No puede ser!

Una sociedad tendente a la validación de comportamientos que desbordan el marco de lo racional crea desequilibrios e intranquilidades. Históricamente, nos asalta el acomodo de agendas coyunturales y reiterado desdén por perturbar la paz institucional. El sobresalto ha sido regla y no excepción. Todo parece indicar que la ciudadanía estará sometida en todo el año 2019 a procesos políticos de especial importancia, pero matizados por piruetas disfrazadas de un marcado interés por alcanzar metas sin respetar normas elementales.
Las referencias podrían servir para no reiterarnos en el error. Y es al doctor José Enrique Aybar que se le escuchó la frase, en el discurso pronunciado el 13 de abril de 1930 en el parque Colón en el contexto de las actividades proselitista de la Alianza Nacional-Progresista. Al ilustre tribuno, lanzar el ¡no puede ser! advertía las futuras amarguras derivadas del avance electoral de la Confederación de Partidos y el éxito de la boleta Trujillo-Estrella. Por tres décadas aquellas palabras perturbaron el ritmo democrático, pateando por el trasero todo esfuerzo de pluralidad y generando en el corazón de una altísima cantidad de dominicanos la idea de la escasa viabilidad de las instituciones.
Episodios pautados crean la sensación de una vuelta a pujas por hacer del compromiso partidario regla de imposición frente a una ciudadanía que olvidó la calle como escenario del reclamo, y en situaciones de excepción, recurre al reducido espacio de lo mediático para lanzar gritos de inconformidad. La desventaja para exponer excesos y enorme capacidad financiera oficial de extender hasta el infinito voces de clarísima orientación, construye un primer escenario de derrota que, a fuerza de repetir la verdad gubernamental gana la batalla. Además, los criterios “molestosos” ante el variopinto coro de opinantes anclados en la nómina pública provocan en los dueños de los medios la sensación de que lo empresarial debe prevalecer a la objetividad informativa y búsqueda de la verdad.
En los esfuerzos por pasarle balance a la gestión y desempeño de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) lo que aflora es la tendencia por sustituir al magistrado de mayor jerarquía por un profesional del derecho de colindancias con el poder político. Sin menospreciar las competencias de los pre-determinados, pero la cultura partidaria y sus líderes tendrían la singular oportunidad de elegir a la persona de mayor reconocimiento, independencia y horas de labor en el aparato judicial: la magistrada Germán Brito. Lo “problemático” de una designación con esas características reside en el claro convencimiento de los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) de que ese tipo de elección despoja al aparato político de la posibilidad de manipulación, control y adocenamiento. Por eso, el desafío y la urgencia de que la salud del país amerita de una clase partidaria en capacidad de hacer avanzar la institucionalidad democrática.
Los retardos y espera hasta marzo de la posibilidad de una repostulación constituye otra manifestación del ¡no puede ser! En esencia, tanto el marco constitucional como el compromiso (no presentarse a una nueva candidatura) del primer mandatario determinan un comportamiento ante el país que debería cerrar cualquier debate al respecto, pero una “razón” puramente politiquera se impone. Peor aún, cuando la lógica de lo estrictamente partidario se impone sobre la vida institucional y aspectos esenciales del verdadero debate se postergan ante una triste realidad que creíamos superada: lo político sigue pautando la agenda de la nación.

En el terreno de lo electoralmente pragmático, el candidato de mayor atractivo para la oposición en lo concerniente a las posibilidades de triunfo es Danilo Medina Sánchez. Ahora bien, lo coherente y decente es reiterarse en la limitación constitucional. Un análisis desapasionado y de alta favorabilidad para un desplazamiento del PLD reside en sacar provecho de un esfuerzo-locura gubernamental en capacidad de imponer al actual mandatario de candidato 2020-2024. Y es muy sencillo: imponer la repostulación fragmenta al partido oficial, unifica a una amplísima mayoría alrededor del candidato opositor con posibilidades de victoria y tiende a que factores e intereses más allá de las fronteras nacionales coloquen la intentona oficial en la ruta de gobernantes que en el continente simulan formalidades democráticas, pero de esencia y naturaleza autoritaria. El ¡no puede ser! es el grito de racionalidad democrática.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas