Historia de vida: No puedo olvidar

Historia de vida: No puedo olvidar

“No puedo olvidar, no puedo olvidar, pero no recuerdo a quien”
I can’t forget de Leonard Cohen, 1992.

En mi biblioteca de Argentina encontré el primer libro de fotografías que realizó en 1967, con su socia Alicia D Amico, con textos de Julio Cortázar y la editorial Sudamericana. Busqué en mis archivos y releí una historia de vida escrita el 24 de marzo de 2010. La he reescrito y solo agregué una oración que hace poco leí en “La mujer imaginaria”, de Jorge Edwards. Es la frase de una chilena de sesenta años que descubre que ha vivido toda su vida con miedo.
“A mediados de 1977, la señora Inés, o Misia Inés, como la conocía mucha gente, hizo un descubrimiento importante. Lo hizo el día exacto en que cumplió sesenta años, y fue un descubrimiento, además de importante, doloroso. (…) Contemplaba, con los ojos de la memoria, que había vivido cincuenta años con miedo (…) ¡Cerca de medio siglo de miedo!
Jorge Edwards: La mujer imaginaria. 1985

El 24 de marzo de 2010 a partir de las cuatro de la tarde seguí por Internet la conmemoración de los treintaicuatro años del golpe de Estado de 1976, en la Plaza de Mayo.
Recordé. Me sentí tan triste, con tanto dolor, con el recuerdo tan vivo de mi propio extrañamiento que cerré la web y me senté a escribir estas líneas.
Líneas que sé que me debo a mí misma, que tengo que escribirlas lentamente, con minucia, diligente y a conciencia. Pacho O’Donnell, escritor, psiquiatra y dramaturgo argentino, escribió sobre la historia oficial de estos treintaicuatro años de genocidio y locura. Para él, a las jóvenes generaciones no se les dijo la verdad y la sociedad argentina que vivió esa época padece amnesia, por miedo o por complicidad. Cuando terminé de leerlo, pensé en mi propio exilio, en ese extrañamiento que vivo desde que en 1977, logré huir de Buenos Aires.
Ese artículo me hizo reflexionar en lo que significó y significa el 24 de marzo de 1976 en nuestras vidas porque no es algo que se quedó en el pasado, sino que es algo que nos sigue pasando.
No son solo los 30.000 desaparecidos. El genocidio ha sido el de un país, una población de hombres y mujeres que abarca más de una generación porque esa generación de jóvenes que hoy tienen treinta años no tienen identidad, no solo porque los robaron y se los apropiaron los torturadores y asesinos de sus padres sino porque a los otros, los que nºacieron con sus padres y un entorno, les han negado conocer la magnitud de la pesadilla que vivimos los argentinos.
Nunca fui militante de ningún partido, no me gustaba la lucha armada y aunque estaba cercana por mi juventud y por la carrera de historia en la facultad de Filosofía y Letras a distintos grupos militantes nunca me sentí con ganas de participar. Personalmente, la violencia, la guerra y el enfrentamiento armado me asustaban. Nunca racionalicé ni me justifiqué. Simplemente, rodeada de militantes decía que sentía miedo.
O’Donell dice que fue un porcentaje muy reducido de montoneros los que desaparecieron o fueron muertos o bien porque estaban en el exilio o bien porque cubiertos por la Organización pudieron escapar o ponerse a recaudo. En su mayoría, esos ausentes salieron del seno del pueblo trabajador, de los estudiantes, de los profesionales, los actores, los escritores, los periodistas, oscuros intereses personales y venganzas delataron gente inocente, una gran cantidad de profesionales jóvenes recién integrados a la vida productiva fueron chupados en ese clima opresivo y fantasmal.
Yo viví esa época. Sentía miedo todo el tiempo, pánico de día y de noche, en el tren, en el colectivo, en una fonda comiendo tallarines con el novio y los amigos. Ahora sentada en mi balcón, con la brisa del Caribe acariciándome el pelo, cierro los ojos y revivo la calle Maipú, una noche de invierno. Diluviaba, al salir de la librería Blanco, cerré los ojos y me quedé pegada a la pared aterrada ante el levantamiento de un joven, delante mío, en un Ford Falcon verde, que salió disparado después de meterlo en el baúl. Y me dije para mí misma como podía hacer para escapar de ese campo de exterminio.
Estaba terminando la carrera de Historia y al decano de la facultad de Filosofía y Letras donde cursaba la carrera lo mató a tiros las Tres A, en una esquina de Buenos Aires; como era estudiante a término nos enviaron a hacer práctica de la enseñanza en la cátedra de Historia Social dictada por el doctor Rodolfo Puigros en la facultad de Derecho. Nos echaron a todos los estudiantes, a Puigros lo obligaron a exiliarse en Méjico y a su hija Adriana, decana de Humanidades, le volaron la casa.
Hacía seis años que trabajaba en el Instituto de Estadísticas y Censos y después de desaparecer a nuestro director Carlos Noriega por haber vivido la Primavera de Praga, me echaron junto a muchos compañeros. Tuvimos suerte de quedarnos sin trabajo porque a otros que militaban, les pusieron bombas en las puertas de sus casas, les reventaron los carros, o los chuparon al salir de la oficina.
De pronto ese artículo me recordó una frase de Andrés Sorel a propósito del franquismo y de lo que significa para los pueblos como el español la indiferencia y la desmemoria de cuarenta años de transición.
Dice así: “De la nada de donde venimos, a la nada adonde nos encaminamos hay un rastro de búsqueda y de memoria y en él, como en las estrellas que carecen de voz y comunicación, entre ellas se encuentran voces que responden a sensibilidades, compuestas de dudas y preocupaciones, dioses en el sueño y la palabra, y rebeldes contra la fealdad y la corrupción”.
Hace unos meses, soñé con alguien del pasado. Escribí su dirección y al rato me contestó. Nos contamos rápidamente nuestras vidas. Me contó de su hermana y el esposo desaparecidos, de que era periodista jubilado, de Nene, su compañera sentimental y mi amiga psicoanalista. Me contó que se había alcoholizado y que enloquecida terminó arrojándose por el balcón de un psiquiátrico.
Me quedé anonadada, porque ellos, la pareja, fueron nuestros amigos más cercanos, con los que recorrimos las estaciones de ese viacrucis que significó vivir en Argentina desde la década de los sesenta en adelante.
Después se produjo un largo intercambio virtual, de textos, historias, libros, comentarios, confidencias, reflexiones, fotos, propuestas.
Hasta que me fue pasando algo extraño, algo así como si en realidad yo estuviera hablando con un fantasma, con alguien que se había quedado petrificado en aquellos veintiocho años que teníamos los cuatro. En aquella juventud maravillosa, de minifaldas, barbas y melenas hippies y esos largos veranos en carpa en Valeria del Mar.
Como si corriéramos por la Plaza del Congreso, perseguidos por la policía, la noche del 11 de septiembre del 73 cuando derrocaron a Salvador Allende, cuando nos refugiamos en Bachin y el Pelusa nos servía vermichellis y vino, cuando corríamos por las calles que bordeaban el cementerio de Lacroze después de haber acompañado el féretro de Agustín Tosco.
Conversar con él era como si Nené no se hubiera suicidado, como si yo no me hubiera ido desde hacía más de treinta años, como si él estuviera hablando con la muchacha que era la novia de su mejor amigo, como si no nos hubiera pasado nada, como si la vida nos hubiera recorrido como una caricia sin consecuencias.
Sinceramente, creí como Sorel que a veces se “encuentran voces que responden a sensibilidades, compuestas de dudas y preocupaciones, dioses en el sueño y la palabra, y rebeldes contra la fealdad y la corrupción”.
Pero no. Era un monólogo delirante. Algo fue creciendo, una vibración oscura, una sordera, un lenguaje ajeno a todo lo que a mí, me había cambiado, al punto de preguntarme en estos últimos tiempos donde había ido a parar esa otra mujer que alguna vez fui.
En todo ese relato demencial, con ese cuadro dantesco de una sociedad destruida, sorda, enferma y autista, mi amigo de juventud monologaba, delirante y narcisista.
Me pregunté: ¿se habrá dado cuenta que lo me narro son las consecuencias del 24 de marzo de 1976 en todo el pueblo argentino, se habrá dado cuenta que al hacerme esas confidencias nos dibuja como una filigrana, a mí en mi exilio caribeño, a mi amiga suicida, y a él en su delirio logorreico?
Al pensar en Argentina, en el 24 de marzo de 1976, en los 30.000 desaparecidos, en una población de jóvenes de treinta años que no tienen identidad, al pensar en ese país de sombras donde todavía están sin castigo los militares que no solo aniquilaron una generación sino que han producido estragos en el alma como es el caso de mi amigo de juventud recordé a Primo Levy en “Los hundidos y los salvados” cuando dice de la importancia de “recordar para que las generaciones posteriores conozcan lo que no puede olvidarse”.
Cualquier régimen dictatorial libra su batalla contra la memoria. “Por eso, el sobreviviente, el que como él da testimonio por lo que sufrió y de lo que vio sufrir, no es el “verdadero testigo”; habla más bien por delegación: “Nosotros hablamos por ellos”.
El verdadero testigo es el otro, el que no volvió, o si volvió, volvió mudo”.
Primo Levi da testimonio sobre Mala Zimetbaum. Era una joven polaca confinada en el lager de mujeres de Auschwitz. Como hablaba fluidamente varias lenguas, trabajaba como intérprete.
En 1944, decide evadirse con un prisionero político polaco para dar a conocer al mundo lo que pasaba en los campos de concentración. No lo lograron. Las huidas eran siempre castigadas con la muerte. Su amigo es ahorcado pero Mala al pie de la horca se cortó la arteria con una hoja de afeitar, y delante de todas las mujeres golpeó la cara de su verdugo con la mano ensangrentada.
Mala no pudo escribir su testimonio, Primo Levi lo hizo por ella y por “los que nunca pudieron hablar”.
Pensé en nuestro pasado fascista, pensé en el genocidio argentino que sigue de otra forma, con otras maneras pero tan brutal y demoledor como aquel que nos partió la vida a los que sobrevivimos al 76.
“No puedo olvidar”. Evoqué los versos de Ingeborg Bachman cuando dice que el fascismo tiene raíces cotidianas: “No empieza con las primeras bombas que se tiran…Empieza en las relaciones entre las personas. El fascismo es lo primero en la relación entre un hombre y una mujer”
Santo Domingo, domingo, 11 de marzo de 2018.

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