¡No repitamos el yerro!

¡No repitamos el yerro!

PEDRO GIL ITURBIDES
El aeropuerto internacional construido en el Higüero, un paraje de la sección La Isabela, en Villa Mella, tiene cuatro años terminado. Al término de la administración anterior, esa infraestructura fue inaugurada, y se la bautizó con el nombre del Dr. Joaquín Balaguer. Pero no pudo ponerse en servicio, pues contra su operabilidad se levantaron dos escollos. El uno, la indisposición de los propietarios de líneas aéreas y hangares en el aeropuerto de Herrera. El otro, el vertedero de basura de Duquesa. Los aeronavegadores asentados en el aeropuerto General Gregorio Luperón aceptaron una fórmula que habría permitido mudarlos en septiembre pasado.

Los aseguradores y reaseguradores, según afirman fuentes oficiosas, se resisten a ofrecer cobertura de riesgos para vuelos desde y hacia las nuevas instalaciones. Ello ha impedido que puedan cerrarse las pistas de Herrera, y abrir el nuevo aeropuerto.

Al conocerse del empeño de construir un nuevo aeropuerto en el Higüero, muchos cuestionaron su ubicación. Trabajos periodísticos de opinión recordaron que esos terrenos estaban muy cerca del vertedero de desperdicios sólidos de la capital.

Tales opiniones fueron ignoradas. Contra toda muestra de prudencia, la multimillonaria inversión fue hecha en las cercanías de un basurero a cielo abierto.

Metro a metro, aquella obra es hoy un elefante blanco. Su hermosa estructura es una acusación que se levanta contra la improvisación a la que se es tan afecto en el sector público. Constituye, además, un ejemplo de lo que logra la temeridad humana. Pero es también un reclamo para buscar soluciones más allá de aquellas que se pactaron con miras a su apertura, bajo la anterior administración. Un evidente aunque lento deterioro es prueba de ese reclamo que es silente, porque lo hace la inanimada voz del concreto que se virtió en sus paredes. La construcción de un sistema de trenes urbanos para el transporte de pasajeros podría tener mejor suerte. Pero, ¿estamos preparados para la inversión que supone este medio? Aún cuando se erija con financiamiento externo, ¿soportaremos las obligaciones crediticias que por su monto actual son oneroso tormento? Ante un pretenso argumento sobre su rentabilidad, ¿puede ello asegurarse cuando la experiencia de otros países revela que este sistema de transporte colectivo debe ser subsidiado? Comparto el interés de modernizar la ciudad de Santo Domingo. Salvo el elevado en la confluencia de la avenida Winston Churchill y la autopista Duarte, aplaudí estas iniciativas. Y si éste lo objeté fue porque, en medio de la crisis económica que sobrevenía, entendí prudente el concluir muchas otras obras públicas que se encontraban sin terminar. Sostengo, por ende, que las innovaciones, no pueden encasillarnos en privaciones como las que redundarían, en este momento, de la concertación de nuevos empréstitos. O en el aumento de gastos corrientes que son un saco sin fondo, como todos los subsidios.

En el caso de que el empecinamiento sea el sustrato de la obra, lo mejor, en cualquier caso, es ofrecerla en licitación, para que se opere por sus constructores. Si el negocio es magnífico, ningún inversionista se negará a aceptar la alternativa. Y de este modo no tendremos que contemplar el deterioro de una obra interesante, pero cuya destrucción sobrevendría con enorme rapidez. Para ejemplo de lo costoso que resulta al gobierno central el manejo del transporte, basta la sepultada Oficina Nacional de Transporte Terrestre (Onatrate). Si el ejemplo no fuere ilustrativo, bastaría recurrir a la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (Omsa). Ambas fueron magníficas estructuras de movilización de gentes bajo sus creadores. Al sustituirse los mismos, las nuevas administraciones encontraron en ellas excusa valedera para medrar en el tesoro público. La Omsa se ha salvado de milagro, pero no deja de ser una máquina tragamonedas.

Los invito, pues, a contemplar la hermosa estructura del aeropuerto internacional del Higüero. Abandonado, sus pistas comienzan a mostrar los signos de su equivocada ubicación. Comienzan a surgir otras muestras de la impotencia de la empresa que lo operará -y del sector público que debe mantenerlo hasta que se inicien allí actividades de aeronavegación comercial. Si el descuido, por cierto, crece, ese elefante blanco tendrá que ser remodelado cuando los vuelos de las pequeñas naves para las que fue concebido, comiencen o terminen allí.

Por amor a Dios, y por El, a este pueblo, ¡no cometamos el mismo error con el metro!

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