No salirse del marco

No salirse del marco

Se decía que el viejo había alquilado un galpón para esconderse de los demás; no quería estar presente en los actos públicos donde
acudían sus antiguos compañeros de trabajo en la universidad. Desde que fue jubilado, este profesor se replegó al fondo de un patio,

Se decía que el viejo había alquilado un galpón para esconderse de los demás; no quería estar presente en los actos públicos donde acudían sus antiguos compañeros de trabajo en la universidad.  Desde que fue jubilado, este profesor se replegó al fondo de un patio, dizque para sembrar bulbos de flores blancas. La verdad es que se fue poniendo huraño; evitaba toda clase de reuniones; prefería estar solo que acompañado.

Le dio con ponerse una gorra con orejeras que le tapaba gran parte de la frente. Nadie sabía qué le había pasado a este hombre para que huyera de todo el mundo.

Los que le conocieron antes de su jubilación decían que siempre fue una persona afable, que saludaba cordialmente a sus vecinos. Eso afirmaba un empleado de la universidad a quien el viejo visitaba todos los meses “para retirar el cheque de su pensión”. Al despedirse, se limitaba a decir: gracias; daba la espalda, salía a la calle y no volvía hasta el próximo mes. Pero lo más extraño de su comportamiento se supo después. Un pintor de brocha gorda, que pintó por fuera el galpón, miró por una ventana y vio un cuadro grande que colgaba de la pared.

La pintura representaba una graduación de estudiantes. El pintor notó que sobre el lienzo de la pintura habían puesto un parche para tapar algunas figuras. Una servilleta de tela cubría un trozo del cuadro. Estaba pegada con varias tiras de esparadrapo. El tipo, picado por la curiosidad, entró al galpón y levantó la parte colgante de la servilleta, como si corriera una cortina. Comprobó asombrado que al grupo le faltaban dos figuras; habían desaparecido del cuadro, dejando vacío el lugar donde estuvieron.

La servilleta ocultaba la ausencia de por lo menos dos personas del cuadro. En poco tiempo, los habitantes del barrio estuvieron pendientes del extraño jubilado del galpón. Mientras más se alejaba él de la gente, más interesada parecía la gente en averiguar su vida. Una mujer gorda, dedicada a distribuir cantinas de comidas, opinaba que la mujer del profesor lo había abandonado al jubilarse.

También dijeron que un haitiano lo había embrujado; y que era un castigo por haber querido salirse del marco.

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