¡No se debe cambiar de caballo cuando se está vadeando un río!

¡No se debe cambiar de caballo cuando se está vadeando un río!

Esta frase célebre, utilizada por el Presidente Balaguer en la campaña electoral de 1970, saliendo de su primer mandato luego de la guerra civil, encierra una gran sabiduría. La misma apela al natural instinto de conservación, a la aversión al riesgo que todo ser humano racional lleva consigo.

La misma puede ser perfectamente extrapolada a la actual coyuntura electoral. En esta contienda se enfrentan dos visiones de gobierno; dos personalidades radicalmente diferentes; dos estructuras partidarias, también sustancialmente diferenciadas; y, no menos importante, dos experiencias de gobierno con resultados totalmente contrapuestos. En común tienen, para el futuro inmediato, la más profunda crisis económica internacional desde el crack de la década del 30’. 

En tal sentido, cobra una relevancia inusitada la sabia frase premonitoria del insigne Abraham Lincoln que intitula este escrito.

En efecto, si hacemos un poco de memoria recordaremos que al Presidente Mejía y al PRD se le entregó, en el año 2000, un gobierno con una tasa de cambio al 16 por uno; una economía creciendo a un promedio anual del 7.72% y una inflación promedio anual que no superaba los dos dígitos (6.85%). Una economía que recibía elogios internacionales (Cepal, BID, BM, entre otros), y que la comparaban con la de los denominados ‘Tigres del Asia’. Si alguien lo duda, que revise el ‘Prospectus’ distribuido por el gobierno de Hipólito Mejía para la emisión de los primeros US$500 millones de bonos soberanos. Ahora bien, ¿cuál fue el resultado de cuatro años de administración de Hipólito Mejía y su equipo del gobierno? Catástrofe pudiera ser la respuesta semántica a esta interrogante.

Cabría acaso otra definición para un desempeño económico que provocó una devaluación de casi un 300% de la moneda nacional, alcanzando hasta el 60 por uno; una inflación acumulada anual que se disparó hasta el 42.6%, haciendo que entre un 15-20% de la población pasaran a ser pobres e indigentes, con lo que prácticamente desapareció la clase media; una crisis bancaria mal manejada que representó un 20% del PIB y provocó crecimiento negativo del 1% en el 2003; una deuda externa duplicada de 7,300 millones de dólares, y para colmo, en más de un 28% con la banca privada internacional.

En fin, una economía totalmente colapsada, endeudada hasta la tambora -un 53% del PIB-, con atrasos de pagos con todos los acreedores internacionales, y con un masiva fuga de capitales.

Por consiguiente, ¿sería aconsejable poner el timón de la nación en un equipo de gobierno que tiene en su haber semejante desempeño en una época en donde la cotización más alta del petróleo alcanzó 55 dólares el barril, y donde la economía internacional crecía con un dinamismo inusitado bajo la demanda de la China y la India? La respuesta es obvia, y más teniendo un capitán como Danilo Medina, quien fuera el primer oficial de la tripulación que condujo el buque de la nación desde la grave crisis del 2004 hasta el innegable período de estabilidad y crecimiento que experimenta nuestra economía a pesar de la avatares externos. Con la verdad no se juega. En pelota los numeritos hablan. ¡Apostemos a la experiencia y a la capacidad!

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