No se moleste, señor. Total, los atracadores ya están adentro

No se moleste, señor. Total, los atracadores ya están adentro

Hemos vivido durante muchos años en un proyecto de urbanización muy tranquilo y seguro – en su tiempo – dentro de la extensión Tropical. Es denominado, parceladamente, de diferentes maneras, según encaje el desarrollo de nuevo cada proyecto en este ámbito: Villa Diana, Dominicanos Ausentes…, sectores de la prolongación avenida Independencia, Kilómetro 7, metros más, metros menos.

Los moradores reconocemos que la vida en este sitio ha cambiado y que, la seguridad de otros tiempos no es la misma. Vea usted, ¡cómo nos vamos a sustraer de la situación que vive el país!

Estamos enclavados al suroeste de la ciudad; al sur nos protege el mar Caribe. La circulación ha descendido: peatones y automóviles. Por momentos sentimos como si viviéramos en un desierto. Antes tuvimos muchos amiguitos que fungían como limpiabotas. Sucedía principalmente sábado y domingo. Nuestros zapatos lucían como espejos. Ahora hay que hacerlo de otra manera, nosotros mismos y ¡cómo queda este lustrado!

¿Qué les habrá pasado a aquellos amables brilladores de calzados? Quizás la edad los habrá llevado a procurar nuevos destinos o habrán aprendido a bordear el Canal de la Mona para establecerse en Puerto Rico. Quizás.

Dígase esto o dígase aquello, lo cierto es que desde hace algún tiempo se impuso la ley del recogimiento, y de noches son muy pocas las personas que se asoman y hasta el número de automóviles que circulan son muy escasos. Y eso que la Universidad del Caribe está a poca distancia. Sólo su calle principal acoge nivel de tránsito, pero todo muy de prisa, hombres y mujeres, alumnos y alumnas.

Con todo, algo se arraigó,  los llamados “deliverys”. Instalación de un sistema de competencia frente a los supermercados, que arrebató a las pulperías, digamos mejor, a los dependientes de éstas a decir piropos a las muchachas del servicio y tocarles ligeramente la palma de la mano cuando entregaban la “devuelta”.

Se da otra situación: llevar la mercancía a la puerta del consumidor propicia ruidos, consumo de combustibles, reparaciones a la motocicleta, entre otras inversiones. Las emanaciones de la gasolina daña el ambiente.

No les basta el ruido de las “motos”, a las cuales eliminan el “mouffler”, sino, además, tan pronto se acercan al destino, los “deliveristas”, apagan el motor del aparato y vocean:

–  Colmado; Colmado; o

– Farmacia; Farmacia.

De todas maneras, en ruido y velocidad que agreden la tranquilidad y el silencio que se ha perdido, y nos enturbian “aquella descansada vida” de la que nos habló el fraile inolvidable.

En fin, por lo que fuere, vivimos otra situación, una vida diferente. Por ello, tenemos en casa un museo de candados, que hemos de manejar para que hijos, nietos y servicios se mantengan en guardia: cerrados y con las llaves guardadas. En verdad, debo sentirme asegurado con la familia y ejecutar con tranquilidad jornadas de estudios diariamente y escribir asuntos de mi responsabilidad.

El servicio de la casa anda al garete, para abrir y cerrar puertas, poner candados a cada llegada y despedida de cualquier pariente, vecino, amigo o de mensajerías, para el resguardo que nos procuramos.

Llamo a doña Nela en cualquier momento para esa confirmación. Ella es la superior del servicio en el hogar. Me confirma la exactitud del resguardo.

Sin embargo, una de estas mañanas, mientras escribía el artículo ya publicado, “Morfología de las Yipetas” y me preparaba para dar inicio a un trabajo acerca de Atahualpa Yupanqui: “El dolorido anhelo del hombre”, sentí tal tranquilidad y silencio que me provocó llamar:

– ¿Nela…?

Y Nela me respondió sosegada y segura:

– No se moleste, señor. Total, ¡los atracadores ya están aquí adentro!… 

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