No seamos indiferentes

No seamos indiferentes

No podemos continuar siendo indiferentes ante la serie de eventos sangrientos que estremecen nuestro país y nos ponen ante las naciones como seres humanos en extremo violentos.

La iglesia de Jesucristo tiene valores morales, espirituales y, sobre todo, el fundamento para ser parte vital en los diferentes planteamientos que deben ser formulados, hasta encontrar soluciones acertadas.

No es asunto de palabras, ni de discursos, ni conceptos religiosos. Hay una realidad latente que urge de una respuesta. No son males que se resuelven con decretos, resoluciones o con operativos bien intencionados.

La iglesia está y estará asumiendo su responsabilidad espiritual y moral; pero el Estado tiene que detenerse para dar el frente a este cuadro macabro que nos está cercenando la paz, la vida familiar armoniosa y decente.

El Estado Dominicano, en la autoridad de sus gobernantes, tiene que ver este deterioro nacional con profunda preocupación y determinación vertical, abocándose, sin mucha retórica, sin hipocresías y sin elementos político-partidistas de por medio, a la revisión de los niveles de penalidad vigentes. Las leyes que sancionan a quienes cometen actos de  violencia, en sus diferentes expresiones, tienen que ser ajustadas a la realidad de esta sociedad contemporánea. Los delincuentes conocen y se aprovechan del nuevo código con sus liviandades modernas.

Urge, además, propiciar que la cadena perpetua sea establecida para casos claramente determinados, como  la violación de menores y el homicidio. De igual forma, facilitar que todas las ramas de las Fuerzas Armadas sean efectivamente incorporadas al servicio y al cuidado de la ciudadanía, de manera permanente.

Es necesario patrocinar, con todos los recursos y medios que ponen a su disposición la Constitución, las leyes y la absoluta voluntad popular, un desarme nacional, estableciendo clara y definidamente los únicos casos en que se puede portar armas de fuego públicamente y eliminar de las calles la exhibición de armas mortales, mediante el establecimiento de  mecanismos efectivos, serios, permanentes, de chequeos y revisiones, poniendo fin, así,  al uso alegre de las mismas.

Que no se hable de desarme. ¡Que se desarme! ¡Que se desarme! ¡Que se desarme!

Decidamos  penalizar, de la manera más firme, el irrespeto a este plan de pacificación nacional. Estamos seguros que, al hacerlo, obtendremos resultados jamás pensados.

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