No sólo de artistas hispanos vive el periodista

No sólo de artistas hispanos vive el periodista

POR MANUEL EDUARDO SOTO
A lo largo de mi carrera como periodista internacional —con especialidad en la sección de Espectáculos— me ha correspondido tener contacto con prácticamente todas las grandes estrellas de la música latina, pero como mi trabajo lo he realizado mayormente en agencias de noticias de alcance mundial, también tuve contacto con figuras relevantes de otras latitudes e idiomas.

Una de las entrevistas más agradables y amenas que realicé durante el tiempo en que viví en Nueva York fue la que le hice al grupo The Police, en 1982. El famoso trío musical formado por el cantante Sting, el altísimo baterista Stewart Copeland y el diminuto guitarrista y bajista Andy Summers acababa de actuar en Chile, en el marco del Festival de Viña del Mar, donde causaron un escándalo político al mencionar asuntos de violaciones a los derechos humanos en ese momento en que el país sudamericano estaba bajo la brutal dictadura del general Augusto Pinochet.

Aunque habían nacido como un grupo tipo punk en 1976, The Police desde el comienzo se caracterizó por crear música contestataria a ritmo de rock, conquistando a un buen segmento de la juventud de ese tiempo. Luego, cuando Sting decidió seguir el camino como solista, continuó su militancia, colaborando con organizaciones defensoras de los derechos humanos y grabando incluso temas en contra de los abusos cometidos por regímenes castrenses como los de Chile y Argentina. “Ellas danzan solas”, por ejemplo, fue un tema en español que incluyó en su álbum “Nada como el sol” y en el que colaboró el cantautor panameño Rubén Blades.

Durante la entrevista con The Police, los tres miembros de la agrupación hicieron un derroche de humor y respeto por la prensa hispana, tratándome como si yo fuera un representante de algún canal musical de difusión mundial. Para romper el hielo, les pedí su opinión sobre la situación que vivían las Madres de Plaza de Mayo, que reclamaban se aclarara el paradero de los desaparecidos del régimen militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. “No llores por mí, Argentina”, fue su humorística respuesta, aludiendo al musical “Evita”, que estaba de moda en ese momento.

Si mi encuentro con The Police fue gratísimo, no lo fueron los que tuve con el cantante norteamericano Eric Frampton y el bailarín ruso Alexander Godunov. Con Frampton, que había conquistado un sitial importante en la música con su tema “Show me the Way” (Señálame el camino), me reuní en su suite del lujoso Hotel Drake de Nueva York, donde su antipática representante me advirtió al entrar que “sólo tiene 15 minutos para conversar con Peter”. Por supuesto que ese cuarto de hora se hizo eterno y al final escribí casi por obligación una sencilla crónica documentando su presencia en la ciudad.

Godunov había llegado exiliado de Rusia a Nueva York, en plena guerra fría, y aparentemente quería seguir los exitosos pasos de sus compatriotas Rudolph Nuyerev y Mikhail Baryshnikov, los que revolucionaron el pas de deux y se hicieron millonarios. Cuando le pregunté si había salido de la entonces reprimida Unión Soviética para hacer fortuna, casi me mata. “Yo vine a Occidente por razones de expansión profesional, no para hacerme rico”, afirmó el rubio bailarín de larga cabellera. Ahí mismo se terminó la entrevista. En Estados Unidos tuvo algunas actuaciones destacadas como bailarín, probó suerte en el cine y luego murió.

Otro artista no hispano al que recuerdo con afecto fue el francés Charles Aznavour, a quien entrevisté en Nueva York a fines de la década de 1970, cuando fue a realizar una serie de conciertos en el legendario teatro Carnegie Hall. Cuando llegué al estudio donde estaba ensayando, Aznavour —quien había tenido una inmensa fama con sus canciones en español— le pidió a la orquesta que hicieran una pausa para hablar conmigo. La única desilusión fue que en el concierto sólo cantó en francés y en inglés, olvidando a los centenares de admiradores latinos que lo habían ido a ver interpretar “Buen aniversario”, “Venecia sin ti” y “Apaga la luz” en castellano.

También tuve la suerte de cenar en 1982 con Mick Jagger, el líder de los Rolling Stones, en el restaurante de moda de ese momento, The Tavern on the Green, situado en el corazón del Central Park de Nueva York. Qué distinto al Mick Jagger que había visto en el escenario con los Rolling Stones en un concierto que presencié al lado de Rafael Alberti en el estadio Vicente Calderón de Madrid. Vestido de etiqueta y con el más puro acento de un gentleman inglés, me pareció estar hablando con el presidente de una importante compañía británica, no con el vocalista e imagen de un grupo cuyo logo era nada menos que una inmensa y lujuriosa lengua roja.

A la cena con Jagger —con que los Rolling Stones celebraron el estreno de su documental “Let’s Spend the Night Together”— fui con mi hijo adolescente, Cristián, pero, desgraciadamente, los representantes del grupo no permitieron que se tomaran fotos, por lo que no pude guardar ese valioso testimonio gráfico de mi encuentro con uno de los más grandes íconos del rock.

Camino a casa, mi hijo iba muy triste. “¿Qué te pasa?”, le pregunté. “¿No estás contento de haber cenado con Mick Jagger?”. Y me respondió: “No es eso, papi. Es que no voy a poder contar en el colegio que estuve con los Rolling Stones. Como no tengo fotos, nadie me va a creer. Tendré que guardame esta cena como un secreto”.

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*El autor es periodista chileno, de larga trayectoria internacional, desde hace poco residente en el país.

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