No soy la culpable

No soy la culpable

MARIEN A. CAPITÁN
«Hace tiempo me declaré inocente. Dije, y lo repito, que no soy culpable de nada. Nadie puede señalarme, aunque así lo quiera, porque mi fuerza está por encima de todos los hombres y todas las sociedades. La memoria y el recuerdo no significan nada para mí; no pueden tocarme. El pasado, gris, duro, lacerante… resbala sobre mi piel sin que me toque. Yo, como nadie, soy impenetrable.

Mis decisiones no pueden ser juzgadas. Estén o no de acuerdo conmigo, los seres humanos deben bajar sus cabezas ante cada uno de mis pronunciamientos. Nadie me puede criticar, nadie puede ponerme en entredicho ni mucho menos señalarme.

Los propios dioses nunca me han contradicho. Yo, diosa y señora, tengo el poder de dictar sentencia contra todos. Zeus, el rey de los dioses, siempre ha escuchado lo que digo. Entonces, ¿crees que soportaría que algún mortal me contradijera? Jamás.

Yo soy la única que está llamada a pronunciarse en contra de mis actos. Aunque nunca lo diga, porque soy un poco tímida, reconozco que con el pasar de los años he llegado a equivocarme. A veces, y lo confieso con dolor, parecería que la venda que llevo sobre los ojos me aprieta tanto que no me deja pensar. ¿De qué otra forma podría explicar mis desvaríos?

Sí, aunque da terror que lo confiese, yo también cometo errores. Aunque no salen de mi mano ni de mi alma, ellos se cuelan de las de los jueces y juezas que tienen a su cargo la administración de la justicia. ¿Qué debo supervisarlos mejor? Es probable.

Tras ver algunos desaciertos imperdonables que han tenido lugar recientemente, creo que también tendré que pensar en la posibilidad de relevar a algunos de mis discípulos. De lo contrario, temo que tendré que seguir escuchando cómo la sociedad me cuestiona y me recrimina por culpa de las decisiones que otros han tomado por mí.

Si bien es cierto que nunca he tomado muy en cuenta lo que se dice de mí, tampoco me puedo permitir el lujo de que me sienten en el banquillo de los acusados. ¿Se imaginan un juicio en el que se acuse a la propia diosa de la Justicia? Sería absurdo, ridículo e insensato. Aunque… pensándolo bien, también podría ser interesante.

Ahora que se me ocurre, aunque no se me siente precisamente a mí (eso jamás lo permitiría), sería productivo que los pueblos tomaran la costumbre de juzgar a sus jueces. En consultas populares o en encuestas cibernéticas, por ejemplo, podríamos validar o condenar la conducta de los magistrados que deciden qué está o no está bien; a quién se juzga y a quién no; qué es delito y qué es pecado.

Cuando se vive en mundos tan complejos como los suyos, es difícil, es justo hacer lo que se tiene que hacer. Los nombres, los prestigios, los intereses, las fortunas, los miedos, las inequidades… la vida, siempre hay un porqué, una razón que provoca que un juez flaquee. Entonces, porque a veces no puedo con todo, son ustedes los que deben pronunciarse y advertirme lo que ha sucedido. Si ustedes callan, si no se atreven a quejarse ni a decir nada, se estarán portando tan mal como los mismos jueces que se han equivocado.

La justicia es el reflejo de las sociedades. La justicia perdona lo que perdonan los hombres. La justicia se corrompe cuando hay corruptores; se vuelve muda cuando nadie la escucha; se torna agresiva cuando no puede defenderse… se aniquila cuando me dejan sola.

No importa qué tan altisonantes sean los nombres, no importa qué rango tengan, no importa cuán prestos estén a velar por nuestra seguridad o la de nuestras propiedades… todo el que se haya equivocado debe pagar por ello. Más aún, si han violado la propia misión para la que fueron destinados.

Comienzo a cansarme. La edad me afecta más de lo que pueden suponer. Por eso me voy. Antes sin embargo, debo recordarles que yo no soy la culpable: son los jueces que hablan por mí. Un abrazo, Temis».

equipaje21@yahoo.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas