No todos lo siguen

No todos lo siguen

Hace poco ofrecí una conferencia relacionada con el manejo de ingresos públicos y el destino de éstos. Procuraba vulgarizar las teorías, conforme saben los lectores porque del tema es mucho lo que hemos escrito. Entendí, no obstante, que prevalecía algo incomprensible para aquellos lugareños. Un intento de dar carácter didáctico a la peroración no escondía mi íntima insatisfacción. Los bostezos de uno que otro eran sintomáticos de que aún las elementales explicaciones eran terreno árido para la concurrencia. De manera que en un intento de hacerme más que comprensible gracioso al auditorio, traje a colación la figura de Juan Pablo Duarte y Díez.

Recordé las cuentas de sus operaciones militares en Sabana Buey, en el sur. En  cierta medida estaba tomándolo de pretexto. Al exaltar el sencillo reporte de los gastos en una rendición de cuentas mediante la que devolvía el sobrante, destacaba su probidad. Y al llegar aquí ponderé extraordinariamente al Patricio. Entonces, modificando el tono didáctico por otro más pedantemente oratorio, expresé que la calidad del gasto público se halla indisolublemente vinculada a la honestidad. Y con ese intento oratorio cerré con una especie de coda que provocó calurosos aplausos.

Por supuesto, como abono a estos últimos se encontraba el retrato del administrador público honesto que pinté de Duarte. Y cuando salíamos del saloncito en donde tuvo lugar la reunión, me dije: Pedro Gil, ¡eres otro farsante!

Es que recordaba a Jesús. Un día, conforme refieren los evangelistas, varios fariseos recriminaron a los discípulos de Nuestro Señor, porque tomaban bocados de comida sin lavarse las manos. Increpado por ello Jesús, se dijo que aquellos fariseos cumplían con lo meramente externo. En el fondo, sin embargo, estaban lejos de ser personas de auténtica religiosidad. No eran, por ende, gente de fe.

Jesús aludió al profeta Isaías. En algún momento reconvino a los fariseos señalándoles que lo auténtico no se hallaba en el lavado de las manos. ¿Qué sentían en su fuero interno por Dios y por sus semejantes? ¡En esto reside la auténtica glorificación de Dios! Ustedes honran a Dios con la boca. Por dentro, empero, tienen poco apego al Creador. “Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mi”, proclamó Jesús al recitar palabras del profeta.

Ahora, mientras recibía abrazos y parabienes por cuanto había dicho, pensaba en el modo en que pregonamos nuestra adhesión al Juan Pablo Duarte y Díez que fundó la República. En cada ocasión en que nos es dable, pregonamos su nombre. Como aquél día en que recurrí a sus cuentas de Sabana Buey para despertar una concurrencia adormecida. Mas no estamos vinculados a él. Somos incapaces de sacar esas cuentas que él sacó para la Junta Central Gubernativa. Y por supuesto, aún menos devolver dineros públicos no invertidos o gastados.

Tal vez nos equivocamos de Fundador. Tal vez pregonamos como excelso Patricio a un hombre distinto al que en realidad invocó la posibilidad de fundar la República Dominicana. Quizá estamos empeñados en resaltar una figura que no es nuestra. O peor aún, y debemos reflexionar sobre ello, estamos proclamando apego a un hombre cuyo pensamiento dista sobremanera de nuestro comportamiento. Lo honramos de boca, pero nuestro corazón está lejos de él.

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