Nueva vez, la fecha del 25 de noviembre llega para esta sociedad en medio de los pesares y la preocupación por el alto número de mujeres que son brutalmente asesinadas año tras año por hombres que las pretendían contra su voluntad. Nuestros índices de abusos y crímenes de género horrorizan.
Son frutos de un machismo abominable contra el que se levantan amplios sectores que exigen al Estado movilizarse con reformas institucionales y políticas sociales para defender a la mujer. Las autoridades dan respuesta en estos momentos a ese reclamo de la sociedad movilizando a la opinión pública con una campaña por el respeto a la vida y a los derechos de las ciudadanas. Además se realizan esfuerzos cívicos y de gestión oficial para impedir la consumación de un retroceso en el Código Penal sobre el tratamiento a los crímenes contra la mujer.
Leyes y condiciones estructurales también ejercen violencia sobre la población femenina. Salarialmente suele darse la inequidad en perjuicio de la fuerza laboral del sexo femenino respecto del hombre, mal que se ha acentuado al crecer la participación de la mujer en el empleo. Existe además el acoso sexual apoyado en jerarquías o situaciones de desventaja para la mujer. El Día de la No Violencia contra la Mujer, inspirado en el asesinato de las hermanas Mirabal, debe servirnos para reafirmar el compromiso de reducir los feminicidios y los abusos hasta extinguirlos. ¡Ni una más!
El combustible de la indignación
El gasto excesivo de recursos públicos en servicios personales, en medio de un desbordamiento que llevó el déficit fiscal a un nivel insostenible, sirvió con frecuencia para nutrir privilegiadamente a cúspides burocráticas. Las revelaciones y traídas a colación nuevamente de estos hechos (ver semanario The Economist) no solo indignan a muchos dominicanos sino que reafirman que el país está puesto en las cuatro esquinas del mundo como un pésimo caso de manejo de su Estado.
A despecho de las evidencias, algunas voces insisten en tergiversar el panorama para atribuir las manifestaciones de indignación (en las cuales algunos participantes recurren innecesariamente al insulto) a fines ocultos e intereses descalificados. La percepción de que se cometieron muchas graves violaciones a normas y leyes para desbordar el gasto es suficiente para entender la indignación de la sociedad y sus protestas.