Nobleza obliga

Nobleza obliga

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Hace varias semanas escribí un artículo bajo el título de “Quizás sea el último”. Me refería que ante la injusticia de la justicia; ante la impunidad con que se mueven en este país los ladrones de cuello blanco; ante el hecho increíble de que personajes ultraconocidos por la forma en que habían manejado (y manejan) los dineros del pueblo no sólo se encontraban en libertad franca, sino que algunos hasta ostentaban importantes funciones en el Estado;

ante el despilfarro que se cometía con el nombramiento de embajadores, cónsules y vice-cónsules en países con los cuales no tenemos relaciones que ameritaran por su lejanía tales nombramientos, amén de las incontables “botellas”creadas en los últimos seis años, mientras el país  sigue careciendo de los elementos necesarios para su desarrollo y su supervivencia, al tiempo que la delincuencia crece como la famosa verdolaga.

Ante todo eso y más, decidí no escribir más artículos de opinión porque, en mi opinión, estaba arando en un mar tempestuoso.

Pero mi decisión empezó a flaquear cuando don Eduardo Estrella me escribió una carta personal que me emocionó hondamente. Y a esa carta siguieron hasta “papelitos”, llamadas telefónicas (una de antología de Julián Ramia, desde Santiago), y hasta la presencia ante mi escritorio de un amigo de mucho tiempo como Tonty Rutinel Domínguez, política aparte, etc., etc. etc.

Hubo algunos que me preguntaron si me había inscrito en el “Club de los Pendejos” (perdón por la palabreja que, aunque ya es de uso común en la radio y la televisión, principalmente), mi educación doméstica me ha impedido siempre utilizarla, salvo situaciones excepcionales.

Por todas esas cosas y otras más, vuelvo a escribir mi cuota de un artículo de opinión cada semana, si Dios quiere. Y serán como los anteriores: basados en la verdad más absoluta y con la mejor de las intenciones.

Porque yo me siento más dominicano que nunca y, por lo tanto, corresponsable del presente y futuro de este país, sin importarme en manos de quiénes esté.

Gracias a quienes me han impulsado a tomar esta decisión que, lejos de un incumplimiento de la palabra empeñada, es más bien una advertencia a aquella gente a quien la política ha convertido en poderosos señores casi feudales.

Al menos por ahora, porque “tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”.

Así que, pues, gracias amigos, los conocidos como los desconocidos.

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