Noche de pesadilla en el Palacio

Noche de pesadilla en el Palacio

FABIO R. HERRERA CABRAL
Al cumplirse los 41 años del golpe de Estado que derribó al gobierno del profesor Juan Bosch hay muchas personas que han escrito en estos días su versión personal o su actuación en los hechos, dejando entrever que estaban presentes esa noche en el despacho del presidente Bosch, lo cual no es cierto.

De todos los que estuvieron con el presidente Bosch esa noche, el único que sobrevive soy yo, un privilegio que Dios me ha dado, sabrá él por qué.

Bosch me llamó en la tarde del 24 de septiembre para que enviase un cablegrama al presidente de México, lo cual hice. A eso de las 8:00 de la noche, el presidente me convocó a su despacho. Estaba solo cuando llegué y en seguida iniciamos una larga conversación, cuyo contenido relato en mis memorias. Como resultado de ello, el presidente comenzó a escribir un documento, que luego me leyó. En el curso de la lectura, el coronel Amado Calderón entra al despacho y escuchó un rato, salió y volvió en seguida con el general Elvis Viñas Román, secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, quien ocupó asiento a mi lado. Bosch leyó de nuevo el documento y luego me dijo que llamara a González Tamayo, vicepresidente de la República, al doctor Rafael Molina Ureña, presidente de la Cámara de Diputados y al doctor Juan Casasnovas, presidente del Senado, quien residía en San Pedro de Macorís. Todos llegaron, menos Casasnovas, que lo hizo después que ya el golpe se había realizado y por ello fue detenido.

Me quedé solo otra vez con Bosch, que me entregó el documento para que lo mecanografiara. Para esto llamé al licenciado Darío Brea, subsecretario de la presidencia para que transcribiera el documento, lo que no pudo hacerse porque la entrada al Palacio Nacional fue detenida por el golpe de Estado. Cuando esto ocurrió yo estaba en mi despacho. Era cerca de la una de la noche cuando me llamó el general Viñas para decirme que él y yo estábamos detenidos y que Bosch ya no era el presidente.

A eso de las seis de al mañana se levantó mi detención para que fuera al aeropuerto para que recibiera a una persona, cuyo nombre, está vivo, no estoy autorizado a consignar. Cuando completé mi encargo, volví de nuevo del aeropuerto, eran las 10 de la mañana y en seguida me dirigí al despacho presidencial en el cual se encontraba el presidente Bosch. Estaba acostado en un sofá de espalda al centinela, quien con cara de sueño y una ametralladora en sus rodillas me dijo: «Tengo orden de no dejar pasar a nadie, pero usted es otra cosa». Le di las gracias y conversé brevemente con Bosch. El oficial se sorprendió de que hablara conmigo, porque no había hablado ni con él ni con nadie. No me gustó eso y cando salí del despacho subí a la tercera planta y escogí la habitación presidencial y fui donde Luis Amiama, le expuse de la urgencia de sacar al presidente de su oficina.

Me dio plenos poderes y volví adonde Bosch, a quien le dije: «Por favor, señor presidente, ¡acompáñeme!». Me miró y me dijo: «Para fusilarme no me mandarían a buscar contigo». Me reí y lo cogí por el brazo y seguidos por el oficial a distancia respetuosa subimos por el ascensor hasta la tercera planta.

Cuando me retiraba, Bosch se me acercó y me dijo en voz baja: «Consígueme una pastilla de cianuro».

Fui irrespetuoso cuando le dije: «Presidente, déjese de tonterías que esta historia no ha terminado».

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