Nochebuena, y  recuerdos sumergidos en Manuel Rueda

Nochebuena, y  recuerdos sumergidos en Manuel Rueda

Hoy es víspera de Navidad. Día de Nochebuena. Los sentimientos se vuelcan hacia nostalgias y esperanzas. No hay manera de que los sentimentales evitemos la viva presencia  de ambas, nostalgias y esperanzas; que realicemos un toreo de capa, al estilo del archifamoso diestro Juan Belmonte -maestro de la evasión y escape en la lidia de toros-.

Nada. No hay perfección tauromaquista a lo Manolete que nos permita esquivar las embestidas terribles del toro de Miura del tiempo pasado que queremos agarrar por los cuernos y someterlo a una inmobilidad imposible. Se nos planta por delante una tristeza extraña, que yo siempre he pretendido racionalizar basándome en que lo que me acontece es que pienso en quienes carecen hasta de los recursos mínimos para llevar a cabo una modesta cena que, de un modo u otro, más percibible o imperciblible, está conectada con la ternura  misteriosa de la fecha en que conmemoramos el nacimiento del Niño Jesús….y es que  aunque no nos enteremos, y por encima de esas suaves tristezas, en verdad nos duele el final humano de quien, por nuestro bien,  murió crucificado.

Tal vez sea eso. No lo sé. 

Pero nuestro inolvidable amigo Manuel Rueda parecía saber de insospechables suertes o faenas (en el sentido torero) para sacarle el cuerpo a las nostalgias de la fecha. Hacía colocar en su mesa extensa, manteles especiales para la ocasión con diseños navideños, multiplicidad de vajilla y cubertería, velas rojas y adornos frutales… luego, una cena exquisita, puntillosamente elaborada bajo su dirección  sobre el pulcro comando de Aura Marina del Rosario (cocinar es disponer y supervisar, no bregar con  grasa, cacharros y fuego) –decía con picardía-).

Al igual que Miriam Ariza, su discípula excepcional y mi esposa, -después que crucé el umbral de su afecto, ya que decía que los violinistas eran insoportablemente arrogantes- ni Miriam ni yo hemos podido  hurtarle el cuerpo a las tenues tristuras de la Navidad. Sin embargo recordamos con nostalgias  de diversos colores los entusiasmos de Manuel por las fiestas navideñas.    Había encargado un mantel especial y calculado el menú para lo que habría de ser su última Nochebuena, que no alcanzó, porque la muerte fue más veloz y no la pudo esquivar con suertes de Belmonte y Manolete.

Hoy, inevitablemente, lo recordamos ¿con tristeza, con alegría? ¿Con el regocijo de haber estado cerca de él… con la pena difusa de que ya no está entre nosotros?

No sé.

Parece que en realidad está entre nosotros, puesto que, como José Alcántara y Aura Marina, lo recordamos a diario por sus altos valores, por sus dudas, acogidas por esa extraña valentía con que asumía los aspectos contradictorios de su personalidad, con sus caprichos y sus grandezas, con ese enorme talento con que nos ofrecía conocimientos,  afectos y visiones de artísticas pasiones humanas.

Hoy queremos recordarlo más vivamente, con mayor fuerza, y desearle a todos cuantos estas líneas lean, y también a los demás, una Feliz Navidad y que esta cena de Nochebuena sea grata, alegre, y preludio de un tiempo bonancible, apartado en lo posible de mesticias y congojas que atentan contra el cielo azul de una Patria más justa con los humildes, los débiles y abandonados de la equidad.

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