Fui uno de los que, literalmente, inauguró ese bar en la Zona Colonial. Allí acudía con mi cuadrilla casi a diario. Siempre un motivo para pasar por Parada 77.
Que los lunes de Sabina, que los martes de Silvio y así por el estilo. Entonces, los fines de semana, porque había que salir y punto. Juro que no me importaban otros lugares, era feliz allí. Hasta que de pronto, la chispa se me apagó. Me saturé del sitio y no quise volver más.
Sin embargo, no he podido separme por completo del lugar. Cada cierto tiempo regresa un amigo del extranjero (dato al margen: creo que el 80 por ciento de mis mejores amigos ha emigrado, cosa que me ha dejado un vacío muy grande, pero que compenso con los que me quedan, que también son muchos y muy buenos) y parece que no conocen otro sitio para juntarnos que no sea el emblemático Parada 77, de la Isabel la Católica. Mi más reciente visita fue por la llegada de mi amiga Dania, que desde mucho antes me advertía aunque no quieras, debemos ir a Parada y recordar los viejos tiempos. Accedí. Otra vez escuchar a Los Rodríguez, Fito Páez y Al lado del camino; Celia Cruz con La vida es un carnaval y hasta a Café Quijano, con Se llama Lola. Es increíble, pero allí parece que el tiempo nunca pasa.
Aunque el lugar ha cambiado un poco su formato, que otras gentes lo visitan, para mí siempre son los mismos, peculiares bohemios insurgentes que son capaces de desafiar tiempo y distancia, por un artista y su canción.