Noctambulario

Noctambulario

Fue pura casualidad. Yo no tenía ni idea de que esos bonches bohemios  se daban en ese lugar.

Sin embargo, hace dos semanas, cuando el síndrome del domingo por la tarde, ese mismo que aturde y deprime, me atacaba ferozmente, mientras redactaba mis últimas líneas en esta redacción, llamo a mi amigo Amós para que nos juntemos en La Zona y nos tomáramos un par de cervezas. Listo, la cita sería a las 8 de la noche.

De repente, él me llama y me dice que me tiene una propuesta mejor, que en vez de irnos a un bar, un colmadón o al parque Duarte, por qué no ir al frente de Las Ruinas de San Francisco, donde se arman unos “canes apoteósicos”, en donde se canta y se baila son, al mejor estilo.

¿Créen que lo pensé dos veces? Claro que no. Accedí y no me arrepiento. Esa noche viví una experiencia tranquilizadora y apacible -ahora me pongo un poco lúdico- respirar esa brisa fresca que envolvía el ambiente, sentir la música como dentro del cuerpo y deleitarme con el gozo de los presentes, quienes despojados de cualquier formalidad, pose o falsa actitud, se entregaban a esa música vernácula y sabrosona que sólo en el Caribe  se vive.

La actividad la organizan, según me contaron, el Club Bonyé, en honor al gran bailarín de son; también la junta de vecinos del área se involucra, pero lo mejor es que todos gozan y de qué forma. Yo bailé, bebí y me embriagué, no sólo por el alcohol, sino también por el clima bohemio, presente en todo momento en el lugar.

He dicho.

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