Ya muchos lo han dicho: los amigos son la familia que escogemos. Esto lo confirmo muchas veces, pero la historia que me ocupa hoy es muy especial. Jota conoció a una chica en una ciudad del norte del país ¿Santiago? Allí tuvieron los primeros contactos convencionales: intercambios de teléfonos y correos electrónicos, bailar dos ¿o tres? temas en la discoteca, un beso descuidado y nervioso y la promesa de volver a verse. Jota invita a la chica a la ciudad un fin de semana cualquiera, para verse con más libertad. La chica viene y justamente en esa oportunidad Jota no tiene los medios para recibirla como. Entonces, como El Chapulín Colorado, aparece Yaro, que se ofrece a servir de chofer, guía y hasta de chaperón de Jota y su chica. Yaro recoge a la chica en la parada de guaguas. Como la madre de Jota está remolona y no le deja salir, Yaro se ofrece a estar con ella hasta que Jota esté disponible. Esperan juntos a que Jota llegue y pueda llevarla a casa de otro amigo que ofreció su casa para el encuentro entre los enamorados. Yaro va con ellos a la discoteca, a pesar del cansancio y el tedio, porque entiende que no puede abandonar a Jota en ese momento. Yaro desea irse a dormir, pero ante las limitaciones económicas de Jota prefiere quedarse hasta esperar que la otra amiga de Jota llegue de una fiesta y poder entrar a su casa. Entonces Jota se acerca a Yaro y le dice, casi con lágrimas en los ojos: Hoy he sido muy feliz, nunca hubiera hecho esto sin ti. Gracias Yaro. Te debo una. A lo que Yaro contesta, no me debes nada, has hecho por mí lo que nunca le habría pedido antes a ningún hermano. Te quiero, Jota.