Era Halloween (ay ombe, Noche de brujas) y yo estaba en la discoteca Mangú, en Bávaro. Celebrabábamos un aniversario más de ese lugar de diversión (demasiada diversión, diría yo), invitados por la gente de Hoteles Occidental, a través de Cicom (con Raysa Féliz y Yossel a la cabeza…y ya basta de vitilla) y la adrenalina no podía estar más elevada.
Las dos plantas que ocupan el lugar, no repletas -hay que ser honestos- pero tampoco hacía falta. La pila que había allí bastaba para tres meses de celebración. Entre música electrónica (en la segunda planta), con Djs que mezclaron durante toda la jornada, mientras en la planta baja sonaban toda suerte de ritmos tropicales y de actualidad, sin dar tregua al descanso de pies y caderas. Dominicanos y extranjeros apretujados, sudorosos y excitados (Dios mío, es cierto que el reguetón es un baile sensual, pero en la forma en que allí se movían…bueno, nos movíamos…era impresionante) dieron a la noche un matiz diferente, para olvidar, con razón, que aquélla era una actividad para asustar.
Bávaro, al Este del país, es un paraíso turístico del país. Situada en pleno corazón de la zona, está la discoteca Mangú, que es, además, un desahogo para el cuerpo. ¿Quién puede resistirse a bailar, con buen ritmo o no (sino pregúntenle a la cantidad de extranjeros que se ven tan graciosos intentando bailar merengue o salsa) en un lugar en el que la libertad y la emoción fluyen a borbotones? Pregunto yo.