Algunos de mis amigos no entienden por qué no soy amante de la música electrónica. Cuando voy a las discotecas (he ido a pocos bonches o paris electrónicos) doy mi bailadita e intento pasarla lo mejor que puedo, pero ojo: no me pregunten por lo último de Dj Tiesto o Danny Tenaglia, no me pongan en aprietos.
Lo que quiero decir es que (me perdonan si no es así) en general la gente asiste a las fiestas electrónicas por inercia, arrastrada por la manada, cuando, en la mayoría de los casos, no entienden ni papa del movimiento. No sienten la música, simplemente asumen que estar ahí y decir al día siguiente viejo, el bonche de anoche en (…) taba aperísimo es lo que está in. Es una pose que se ha asumido.
Es por ello que no me preocupa quién es el dj más rankiao, porque comprendo que la música electrónica es para el cuerpo, no para el alma. A nadie se le queda en la memoria, en el corazón, una secuencia de este género. Y no me refiero al romanticismo, porque hasta el heavy metal, en algún momento puede arrastrarnos a melancolías y rememoranzas concretas, sin embargo, con la música electrónica no sucede así, al menos, no a mí. La escuchas y ya, que venga la próxima. Es como las versiones de computadoras, sólo interesa la última generación, la vieja hay que tirarla a la basura. Por eso prefiero mis noches con una música más cercana a mí, una que de verdad yo sienta y que no tenga que fingir gustos para complacer a un conglomerado. He dicho.