Se acerca la Navidad, o más bien, las fiestas que le sirven de preámbulo. Ya empiezan en las empresas a preguntarnos si queremos participar en el Angelito que están preparando.
En los pasillos -de cualquier compañía- se habla de cuál será la orquesta que tocará en la fiesta de fin de año y el lugar dónde lo celebrarán. Muchos lo condicionan a si habrá rifas o no, para decidirse a ir.
Mi agenda ahora es aún más intensa. No paro. No descanso -pero cómo disfruto. Eso, que no soy de los que se desviven por la Navidad, propiamente dicho, pero si hay bonches por donde quiera, lo más lógico es que los aproveche-. Con decirles que todavía siendo un adolescente y en mi casi adultez, en Tamayo, participaba en los aguinaldos y serenatas que se hacen -o hacían, no sé- muchas noches del mes de diciembre.
Debo confesar que últimamente mis celebraciones navideñas son un tanto especiales, más tranquilas, pero no menos intensas. Regularmente organizo con mis amigos bebentinas y comilonas en casa de alguno, para que todo fluya en un ambiente más íntimo. Esto me mantiene ocupado durante casi todo el mes, exhausto y feliz, porque en esas fechas reaparece gente en mi vida que hace tiempo no veía y ahí llegan los recuerdos y volver a escuchar a Milly con su Volvió Juanita -sólo citaré ese caso- y a comer los dulces de pascua y a dar gracias a la vida y a Dios porque me ha permitido vivir un año más y seguir al lado de las personas que quiero y que me quieren. ¡Hola Navidad!