Él y yo tenemos una relación muy estrecha. Hace más de 10 años que  nos  llevamos más que  bien.

Él tiene la virtud de sacarme del aburrimiento, de hacerme meditar, de hacerme soñar con mundos ideales y despertar en mí compromisos sociales y frases inteligentes.

Él no sabe cuánto le agradezco por haberme dado tanto durante todo este tiempo. Empezamos como todos los niños, jugando con “Dibujos animados”, a través de sus “Golosinas”, las que no pude resistirme a probar.

Más tarde me habló de “Un muchacho de su edad”, de su inconformidad por las campañas publicitarias que incitan  al “Sexo”, poniéndome a bailar a ritmo de la versión más parecida al merengue que pudo cantarme, recuerdo que era toda una contradicción, aquello de “Ni triste, ni alegre; ni mucho, ni poco; ni débil, ni fuerte; ni cuerdo ni loco”. Luego me contó cosas de Diego y Frida y su relación con los indios de Chiapas y el Comandante Marcos. Ya menos revolucionario, se entregó en cuerpo y alma en una ofrenda musical que todavía degusto. Y qué decir de ese tributo a las mujeres del mundo, las más sufridas, cuando me contó sobre las “Hijas de Eva”. Fue tanto así que a todos nos metió en sus “Bolsillos”, arrastrándonos como “Topos”, en su embrujo poético.

Ahora que es padre y que ha dado su mismo nombre a su primogénito, ha querido rendirle tributo a su amor en este disco, “Vidas”, que ya me está perdiendo. Lo iré a ver al Teatro Nacional el 23  de agosto. Él celebrar mi cumpleaños. No tengo palabras para agradecerle. Hasta pronto, Pedro.