Me debía esta columna desde la semana pasada, cuando asuntos comerciales me impidieron publicarla.
Marivell, que siempre está pendiente de lo que leo o lo que debo leer, me prestó esta novela (Un grito de amor desde el centro del mundo) del escritor japonés Kyoichi Katayama.
Quiero decir que esta historia, la de Sakutaru y Aki, me recordó a esos amores adolescentes (los correspondidos), en los que los implicados pierden desde la noción del tiempo, hasta la cordura. ¿Recuerdan el amor de Efraín y María, en la clásica novela de Jorge Isaac?
Hasta extraño me resulta ver, en estos tiempos, que alguien pueda concebir un relato de esta naturaleza. Pero se logró. Pero haciendo un lento flash back y recordando la cantidad de polochercitos rojos, cinturones pulseritas del mismo color que vi aquel dia, me pregunto si en verdad se está viviendo esa experiencia -única- de amar y saberse correspondid@s sin que la carne o el bolsillo nos distraigan.
Es que amar debe ser más que eso. ¿Para qué esperar un día del año para hacer una demostración apresurada de algo que se puede hacer todos los días? Si me he puesto muy cursi asumo el Mea culpa, pero de verdad no quiero otro tipo de Amor que éste que vi en ese relato. Quizás es por ello que hasta la fecha sigo siendo el bohemio empedernido que por no rendir cuentas, las va acumulando cada noche en bemberrias y disfrutes frívolos sin el menor cargo de conciencia. He dicho.