NORBERTO SANTANA POÉTICO Y CONCEPTUAL

NORBERTO  SANTANA  POÉTICO Y CONCEPTUAL

La obra de Norberto Santana parte de un realismo conceptual y dramático, cuyo primeros trazos definen un expresionismo analítico de vocación poética, donde el color como expresión vital de la realidad se escapa frente a la fugacidad del hombre que observa otras imágenes.
La obra de Santana habita una zona inquietante, un trasmundo de las cosas de la realidad. Figuras humanas en mutación hacia seres animales o viceversa. Mezcla: movimiento alquímico imperceptible, pulso genitor, mirada de visionario, lucidez estremecedora del que ve más allá de lo visible.
Los seres en la obra de Santana están hechos de tiempo, son fracciones de tiempo. Cada figura permanece expectante a la inclemencia de las miradas. Quizás el ojo humano las convierta en fósiles o las divinice: todo estará en dependencia de que la porción de tiempo que representan sobreviva al propio tiempo.
Las escenas del diario vivir, asimiladas directamente y sin embargo proyectadas como poéticas, prefiguran un tono intuitivo y espontáneo que define el repertorio temático de Santana.
Esta transformación imaginativa depende también, por supuesto, del ámbito de la representación interior, de manera que la obra visual de Santana es el arte que se realiza en, y, por la representación interior. En ese sentido dice Hegel: “La objetividad sólo existe en la conciencia, en el estado de representación o intuición puramente espiritual”.
Las artes visuales tienen para Santana un status atípico: es el lugar donde el elemento sensible del arte desaparece para convertirse en puro signo espiritual y erótico. Aquí la poesía de lo visual se mantiene en las fronteras de lo estético porque tiende a minimizar el elemento sensible, pero ocupa su centro porque el material, puramente espiritual y es al mismo tiempo su esencia, su contenido, es decir, el arte se percibe como autoconciencia y fantasía del ser.
En efecto, estamos en la fuente de esa luz imaginaria, de esa luz nacida en nosotros mismos, en la meditación de nuestro ser cuando se desprende de sus miserias. La filiación expresionista aúna la oratoria visual en contenidos que si por un lado expresan captaciones dramáticas del diario vivir, por el otro lado manifiestan un lirismo al mismo tiempo denso y espiritual.
Obras como “Mujer leyendo”, “El violinista”, “El pescador”, entre otras, son cartas pictóricas cuyas figuraciones describen una realidad social circundante, conocida y vivida por quien la refiere sensiblemente.
Esta obra ha transitado el drama humano. Drama doble: ver el mundo y verse a sí mismo. Naturaleza oculta, ser oculto. Líneas y trazos en busca de respuestas que al final no son más que intensas interrogantes; mitos, creencias, olimpos, númenes, habitando el espacio que permite nuestra vacuidad. Mundo de sombras que no obedecen el movimiento del cuerpo. Fantasmas inmóviles que desplazan las formas de su realidad. Universo de ocres, negros marrones y blancos degradados, dando en su combinación otra realidad: la visionaria entre el sueño y la vigilia, entre el lenguaje y los sentidos.
De esta manera la pintura de Santana es más clara y simple y, consecuentemente más expresiva y directa. Al perder rigidez gana plasticidad. Ni acumulación caótica de imágenes vulgares, en un muestrario que impide ver la realidad oculta, ni evasiones ópticas de la pintura, que eliminan la esencia del arte. Simplemente, arte reflexivo, arte verdadero, “arte con espíritu”, como dijo de él, en el año 1967, el crítico español Manuel Valldeperes.
El remarcado de los colores imponiéndose en las líneas, al recurso textural y que define la fisonomía de los personajes en el cuadro, es el rasgo fundamental de su estilo. Las gamas enterizas definiendo la geometrización compositiva, en ritmo grupal o singularización temática, completan una pronunciación en donde el azul como elemento articulador, también está presente como una señal peculiarizadora.
Todo azul dinámico, todo azul furtivo deviene aquí en un rico universo cromático. El paisaje azul, el jinete azul, el navío azul, la casa azul constituyen un dinámico espacio aéreo, riguroso y clásico.
Si la luz tierna y el movimiento feliz producen verdaderamente un estado de ensoñaciones, el movimiento azul y otros impulsos cromáticos, a la inversa, generan un universo sombrío y pesado.
Los colores son el engaño más serio, ha dicho Manlio Brusatin, una aventura en polvo, la mitigada pena de vivir, tal como una abundante literatura del siglo XVI, que se divirtió transmitiendo las “maneras” de los colores con breves fábulas poéticas para uso de los enamorados, para poder mostrar su amor, defenderlo o rescatarlo como a un rehén, trasmitirlo y atacarlo como a una enfermedad.
Debe observarse que la imaginación de las formas y de los colores en esta obra se logra uniendo a las formas y los colores las sensaciones cenestésicas que se hallan bajo la dependencia total de la imaginación material y de la imaginación dinámica, como ha dicho Gaston Bachelard. La luz es entonces, en Santana, una de las imágenes inductoras, lo mismo que el caballo, el navío, el pájaro o la casa.
Estamos en la fuente de ese color imaginario, de esa luz nacida de nosotros mismos. Por eso el guía o artista plástico puede sugerir una luz azulada, una luz dorada, una luz del alba y de las alturas o del infinito color imposible de la redención humana.
Los colores en Santana expresan funciones bastante vitales, pero no pertenecen, en general, a la mecánica pomposa del corazón, quizás a la respiración, a los órganos blandos que sostienen la vitalidad apenas visible de las funciones primarias, no diferentes del gusto y de los sabores de los cuales dependen más en profundidad los pequeños movimientos de la vida indirecta del cuerpo. En Santana los colores y los sabores son sensaciones relativas pero reflejas, los sonidos y los olores son efectos más inmediatos pero no reflejos, con ambos se concentra y se dilata la expectativa y el deseo, el gusto y la memoria, el destino y la nostalgia, con cada uno de ellos funcionan nuestras acciones y nuestras pasiones.
La compleja amplitud del término “poético” se observa también claramente en Santana, que quizás entiende su obra como “objetividad transparente” con la finalidad de hacer visible lo invisible a través de la realidad. Esto suena tal vez paradójico, pero de hecho es la realidad la que constituye el misterio de nuestra existencia.

Hace tiempo que el arte prefiguró este viraje que es hoy el de la vida cotidiana. Muy pronto la obra se duplica en ella misma, como manipulación de los signos del arte: supersignificación del arte, “academismo del significante”, como diría Levi-Strauss, que lo introdujo verdaderamente en la forma-signo. Es entonces cuando el arte entra en su reproducción indefinida: todo lo que se duplica a sí mismo, así sea la realidad cotidiana y banal, cae al mismo tiempo bajo el signo del arte, y se vuelve estético. Lo mismo podemos decir de los frescos murales de Santana realizados en las facultades de Medicina y Economía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, los cuales están llenos de fantasías e imágenes cotidianas expresadas a partir de múltiples técnicas y procedimientos vinculados al arte público.

Si como dijo Albert Camus: “El estilo de un pintor no es otra cosa que conjugar; de cierta manera, lo natural y lo imposible, de presentar lo que llegará a ser siempre”, se puede afirmar que la obra de Norberto Santana marcará en el futuro—como hasta ahora—un destino pleno de sugerencias visuales y poéticas.

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