El doctor Juan Isidro Jimenes Grullón calificó al embajador de Estados Unidos en nuestro país durante el gobierno del presidente Juan Bosch y como representante del presidente Lyndon B. Johnson en el conflicto de abril de 1965, como «un procónsul del imperio».
Aludía el calificado sociólogo al embajador y escritor John Bartlow Martin, que escribió para la posteridad un formidable trabajo sociológico que intituló El Destino Dominicano, obra de apreciable consulta para estudiar al país de esa época y la sicología del dominicano de todas las épocas.
En esta ocasión, el calificativo le corresponde al diplomático de origen mexicano Roger Noriega, subsecretario adjunto del Departamento de estado de Estados Unidos, representante personal del presidente George Bush Jr. para asuntos del Hemisferio Occidental.
En su visita al país los días 10 y 11 del presente mes de diciembre, Noriega, que no tiene vínculo alguno con el otro Noriega panameño que el padre del actual gobernante norteamericano redujo a prisión, este Noriega mexicano se comportó como un auténtico y soberbio procónsul del imperio, que nos recordó la alusión del doctor Jimenes Grullón en relación a Bartlow Martin.
Noriega acudió al Congreso Nacional, donde le trazó pautas y/o recetas a los congresistas quienes, sumisos, como perritos falderos, asintieron muy quedos a todas sus recomendaciones envueltas en boches, algo insólito en la historia del país y que ningún gobernante había tolerado nunca.
También acudió el procónsul Noriega a la Casa de Gobierno, y conciabuló con los jerarcas del CONEP, y desayunó en la casa del presidente quien posó con el diplomático en guayabera, caso insólito, en un gobernante atípico que acude al ceremonial del seis de noviembre en San Cristóbal para conmemorar el acta de nacimiento de la República en manga mocha y se viste riguroso para lanzar la primera bola en la inauguración del campo de entrenamiento de un equipo de Grandes Ligas en el país.
Tildó Noriega la economía dominicana de «Caótica, pero sana», una incongruencia, porque nada caótico puede ser sano, y acudió al plenario de la Junta Central Electoral para señalar que su país espera unas elecciones limpias y transparentes, y que también no tiene favorito en esa justa comicial. «No sugerimos candidatos», acotó el procónsul, y «propició a nuestros amigos dominicanos supervisión en las elecciones».
Erró en el término amigos, porque para la posteridad sentenció Theodoro Roosevelt, que «Estados Unidos no tiene amigos, sino socios», en los términos escuetos de los hombres de armas, como lo fue Teddy Roosevelt en segmentar a Colombia de su antigua provincia de Panamá y cuando acaudilló a los Rough Ridders en el asalto a la colina de San Juan, en las cercanías de La Habana, Cuba, para completar la obra que ya tenía completa los mambises para la independencia de la otrora Perla de las Antillas.
Insólita ha resultado la actuación del procónsul Noriega, sin que los partidos políticos, el PRD que sufrió la segunda intervención de los «marines», ni los otros dos partidos políticos del sistema, ni tampoco la enhiesta y porfiada otrora izquierda, hoy adormecida en un tránsito mórbido que avizora sin grandes esfuerzos la conclusión de las utopías.
Procónsules que se repiten a ratos, el primero de ellos, aunque a la distancia, aquel famoso senador Charles Sommer, cuyo nombre ostenta una importante vía capitalina, indebidamente, como otras tantas, porque supuestamente defendió la República contra los intentos anexionistas del proditorio presidente Buenaventura Báez, y en realidad lo que persiguió el legislador yanqui fue evitar que con la anexión, los negros dominicanos de Samaná, fluyeran hacia Estados Unidos a negrear su población.