Noriega y los asesinos y ladrones de aquí

Noriega y los asesinos y ladrones de aquí

El bacalao y el arenque son productos cuyo precio está por encima de las posibilidades de los pobres y los muy pobres.

En mi niñez un arenque costaba cinco centavos. Por cinco centavos un hombre echaba un día de trabajo, de sol a sol, en el campo. No era, pues, barato, el arenque.

No recuerdo el precio del bacalao pero imagino que no pasaba de diez centavos, la libra, es decir, el precio de dos días de trabajo.

El tiempo, la inflación, el crecimiento centuplicado de la población mundial, la sequía de las fuentes de pesca debido a sobre-explotación, permiten que ambos pescados adornen sólo algunas mesas.

El nuevo juicio que se le sigue en Francia a Manuel Antonio Noriega, “general” panameño de batallas peleadas en oscuros lugares de torturas, de fusilamientos en patios escondidos donde sólo guardias abusadores o asustados eran testigos, no es el primero que se sigue a un militarote de los que ganan los dorados entorchados de sus hombros mediante malas artes.

Desde la persecución contra Augusto Pinochet, un asesino y ladrón chileno, la totalidad de cuyos abusos y robos no ha sido descubierta aún, se intenta hacer justicia por crímenes de lesa humanidad.

No se trata de una pantomima como la de Nuremberg, donde se demostró que nunca están todos los que son ni son todos los que están. Nazis científicos, inventores, torturadores, expertos en inteligencia, espionaje y diabluras, fueron salvados por los rusos y los norteamericanos para usar sus talentos y habilidades en provecho de las naciones que los capturaron.

A unos les cambiaron los nombres, a otros el aspecto, los dotaron de recursos y los emplearon para labores de investigación o para que enseñaran refinados métodos de tortura.

Los malvados, los que desconocen el Estado de derecho, el debido proceso de ley, los mandatos de la Constitución y las leyes, siempre encuentran teóricos, jueces, sacerdotes, periodistas, intelectuales y pendejos que reclaman que esos malvados sean juzgados conforme a los procedimientos de ley. ¡Nada más injusto!

Algunos de los militares de la última dictadura argentina, cuya mayor hazaña fue proporcionar los fondillos de los conscriptos para que los feroces soldados gurkas, los asesinos del ejército imperial británico, se refocilaran con ellos, son procesados y guardan prisión.

Los asesinos de aquí, seguros de que faltan pantalones para que los juzguen, juegan a un relajo que se usaba para ridiculizar a los demás: nos colocábamos los pulgares en las mejillas, las manos abiertas, girábamos los dedos hacia arriba y hacia abajo, mientras gritábamos: uititío, uatatao, come arroz con bacalao. Y son grandes señorones ¡usted ha visto!

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