Si consideramos que la familia es el nudo esencial de la constitución de la personalidad de los niños, entenderíamos entonces que la naturaleza de las relaciones interpersonales es el factor clave del desarrollo del niño en la familia, más incluso que la propia estructura familiar.
Partimos de que los valores, las reglas, los ritos familiares están al servicio de la estabilidad familiar, funcionan como sello de identidad para las distintas familias; sin embargo, existen fuerzas internas y externas, como el proceso evolutivo de los miembros de una familia, los conflictos, las crisis que funcionan como agentes de cambio. Del equilibrio entre ambas fuerzas resultará el sano crecimiento de la familia.
Si bien se podría decir que la familia no es el único contexto donde se educa en valores, es una realidad que el ambiente de proximidad e intimidad que en ella se da la hace especialmente eficaz en esta tarea.
La armonía familiar, la comprensión y el apoyo aparecen como dimensiones centrales para la formación de sistemas de valores. Estos resultados ilustran la relación que existe entre los valores característicos de cada sociedad y los valores individuales de sus miembros. La transmisión de valores parece darse en forma principal a través de la familia, siendo entonces el clima familiar con todos sus componentes socio-afectivos lo que da sentido a los mismos, sin descuidar, ciertos factores influyentes que intervienen en la transmisión de estos: los pares, los medios de comunicación social, las instituciones educativas, etc…
Por lo cual, educar correctamente al niño en la familia exige que, desde muy temprana edad se le enseñen ciertas normas y hábitos de vida que garanticen tanto su salud física y mental como su ajuste social. El niño, en cada una de las etapas de su vida, debe reflejar lo arraigado que está a sus valores, respetando las normas de convivencia. El reconocer sus logros y buenos actos sienta las bases de organización de la vida familiar que le permitan tener las condiciones mínimas para lograr un desarrollo físico y psíquico adecuado.
La conducta social que manifiestan los niños está estrechamente influida por las normas de conducta que se practiquen en el hogar, ya que es en el colectivo familiar, donde se deben aprender y practicar los hábitos y normas positivas de convivencia social. Esto es posible a través de las relaciones que se establecen entre sus miembros, solamente basadas en el amor y respeto mutuo van a formar los hábitos sociales adecuados.
Los padres deben empezar por brindar estas manifestaciones de afecto a su hijo, que van desde darle un beso cuando despierta hasta preguntarle cómo le va en el juego, cómo le fue en su colegio o si le gustó el paseo que acaba de dar. Ningún padre puede esperar que su hijo sea cortés, si sus manifestaciones de cariño y amabilidad son limitadas e inexpresivas.
Las relaciones afables entre hermanos también son importantes. José Martí, en “La Edad de Oro”, expresó: “Nunca un niño es más bello que cuando lleva en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su hermana para que nadie la ofenda; el niño crece entonces y se hace gigante”.
El niño en su hogar aprenderá a admirar lo bello, a decir la verdad, a compartir sus cosas, a respetar la bandera, a ser atento y detallista, y ese aprendizaje va a estar matizado por el tono emocional que le impriman los padres, los adultos que le rodean, por la relación que con él establezcan, por los principios y valores que afloren en su ambiente, pero sobre todas las cosas, por el ejemplo que le ofrezcan.