Nos angostan los espacios

Nos angostan los espacios

La delincuencia nos deja muy poco espacio para vivir. Nos acorralan de manera silenciosa, constante, quizá porque actúan como el ratón, que sopla y anestesia cuando muerde y no nos percatamos de cómo se achica el espacio donde tenemos seguridad y facilidad de movimiento.

Nada es nada si no tenemos con qué comparar una situación para contrastarla con otra y determinar qué conviene, qué no conviene, qué es bueno, qué no es bueno. Hay que buscar el espejo del pasado para aplicarlo a la realidad de hoy.

Nos han robado y nos roban, sin que protestemos, los espacios adecuados y necesarios para vivir, de manera tal que no tengamos que pensar o actuar conforme a lo que mandan los usurpadores de los espacios. Por supuesto, no hablo sólo de espacios físicos, también me refiero a espacios espirituales.

Salir a las calles es mucho más riesgoso que cuando se emprendía un camino desconocido con el propósito de algo tan aparentemente normal como ir a la escuela, bañarse en el río, caminar, pasear por los espacios públicos al aire libre, como por ejemplo, el Malecón de Santo Domingo.

Salir a las calles es correr un riesgo tan grande que nadie sabe cuándo ni cómo regresará a su casa.

Por supuesto que el riesgo principal es la vida misma, pero la vida necesita de la fresca brisa de la tarde, del rumor de las olas, de la contemplación de los bulbos de las orquídeas de pétalos con colores perfectos, combinados por la naturaleza, que se abren tras las ventanas.

Hemos perdido la libertad de ejercer la libertad de vivir. Nos hacen perder, cada día, la oportunidad de sentarnos en el banco de un parque, a la sombra de un árbol copudo, a escuchar el canto contrapunteado de dos aves que conversan ¿De qué?

Nos niegan, de una y otra forma, todo lo que ha sido conquistado por y con la civilización: el derecho a vivir sin temor. Ahora es riesgoso sentarse en un lugar apartado del Malecón a contemplar la luna que riela sobre el mar Caribe mientras el reflejo parece que se alarga y se encoge cuando ilumina las olas.

¿Dónde se perdió la paz, el sosiego, la tranquilidad, la seguridad? Creo que es responsabilidad de todos. De unos porque no han sabido gobernar o no les importa la seguridad, tranquilidad y felicidad del pueblo; de otros, porque no hemos sabido reclamar a tiempo para evitar ser empujados hacia un rincón donde nuestros movimientos han sido limitados.

Lo único seguro que tenemos es una cámara que vigila, un guardián que se duerme, un sistema de alarma y una delincuencia que tira primero y averigua después.

¿Vamos a permitir que la delincuencia nos robe todos los espacios libres?

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