Nos crían para ser malditos

Nos crían para ser malditos

Por más desalmados que nos consideren, no todos los hombres somos unos trogloditas. La condición canina no la traemos en los genes, mucho tiene que ver la formación del individuo. Si bien es cierto que con la conciencia decidimos qué hacer, no menos cierto es que vivimos en una cultura donde se programa el entorno para que seamos animales sexuales. El macho alfa no es el que cuida de su nido, sino quien más vaginas tenga para sus vómitos fálicos.

Analicemos la situación…

Todo el entorno que rodea a los hombres es para condicionar su vigencia a los músculos que tenga su pene. Desde que naces te van delimitando los gustos con colores: los tenues son los de niña y los cálidos son los de niños. Te celebran que le des un besito a la vecina, pero si es ella que lo hace la ponen de castigo. Eres, literalmente, un gallo que anda suelto y las madres de las gallinas se ven compelidas a “amarrarlas” para evitar daños. ¿No es más fácil guardar un gallo que encerrar diez gallinas? Lo primero es dejar de vernos como animales.

A los siete años llegas a casa llorando porque el compañero de la escuela te agredió, sin embargo, en vez de encontrar sostén emocional, quienes te reciben bajan la orden de que dejes de llorar porque “los hombres no lloran” y vayas a golpearlo más duro te como dieron. El discurso es que, si te dan, devuelvas más fuerte sin mediar razones. Creces con esa misma idea y eso refleja parte de la violencia que vivimos donde todo se resuelve con golpes.

Ya eres adolescente y pretendes enfocarte en los estudios para desarrollarte, pero lo que te rodea es pornografía franca. Si vas a comprar un celular, te venden más la modelo semidesnuda que el aparato. En la televisión la realidad no es diferente, lo mismo que en las redes sociales. Si optas por consumir la música ahí es donde la cosa se pone fea porque la denigración hacia la mujer es mayúscula. Pasan 20 años diciéndote que ellas son objetos sexuales y luego te apartan de la sociedad si las ofendes.

Comienzas a experimentar el mundo y notas que si te dejas crecer el pelo te tildan de afeminado, si no sabes cambiar la rueda del carro eres un flojo, si no te gusta la pelota eres raeito, si ves novelas estás a la puerta de salir del closet y si no has hecho un trío con dos mujeres a la vez eres un guanajo. Si dos hombres se besan atentan contra Dios, si son mujeres que lo hacen busquen las palomitas y disfrutemos.

Creces y tienes una pareja con la que te sientes pleno, pero si le eres fiel estás fuera del parámetro masculino porque “el hombre, hombre” debe tener varias mujeres. Y no es que te lo exijan los amigos, es que ese es el referente de éxito porque lo ves en la publicidad del whisky caro, lo escuchas en la radio, lo tienes de ejemplo en tu familia y hasta las mismas mujeres te señalan de “flojo” si solo puedes satisfacer a una. Quien no tenga segunda base no va a jugar.

Te casas y llegan los problemas maritales por tu inestabilidad emocional. Obviamente, eres un manojo de debilidades porque nos diseñan para no expresar nuestros sentimientos y, al no saber compartirlos, nos desahogamos bebiendo, peleando o con sexo. Para un hombre es más práctico invitarte a una cabaña que a un parque, no porque no quiera, es porque, en la mayoría de los casos, desconoce que existe otro mundo fuera del coito y los tragos.

Para nosotros la relación es 90 % sexo y el resto que se resuelva; para las féminas el coito es importante, pero no tanto como el trato y la comprensión. Se crea incompatibilidad y el macho estrena amante, pero su “nuevo juguete” tampoco es la solución porque la infidelidad refleja más las carencias emocionales del infiel que de la pareja afectada. Y vas acumulando catálogos hasta ser el papauta en la peluquería. Vas dejando secuelas de corazones rotos, al final ni te importa porque el egoísmo nos corre por las venas

Una parte de los errores que cometemos los hombres en la vida de parejas se debe a que nos programan para ser machistas. Somos insensibles porque si mostramos las emociones seremos débiles y un hombre nunca floja las rodillas. No podemos hacer oficios en la casa porque nuestro papel es conseguir el dinero de la comida a toda costa, más nada. No nos sentamos a educar a los hijos porque eso es cosa de mujeres y tenemos licencia de cuernos, siempre y cuando no falte la comida en la casa.

Por suerte las mujeres de hoy no están dispuestas a chuparse a un enajenado que las utilice. A nosotros nos queda desaprender, borrar todo eso que nos impide ser racionales y reformarnos. La sociedad crea su marco para que seamos machistas, sin embargo, tenemos la opción de salir de eso y manejar otras formas de convivencia. Si donde estás no ayuda, saca pie de ahí y atrévete a ser diferente, la vida sabe mejor así.