Aunque la llegada de los europeos a nuestra isla en 1492 fue bien recibida por los aborígenes, pasó poquísimo tiempo para que se manifestaran serios motivos de discrepancia y conflictos.
Generalmente, los ciudadanos de cualquier país, grupo étnico o clase social suelen tener dificultad para vincularse y relacionarse con personas de otras etnias y subculturas. Las diferencias iniciales no tardan en convertirse en patrones de relaciones regidos por estereotipos culturales y prejuicios.
De hecho, un prejuicio es tan solo uno de los muchos mecanismos de defensa que tiene todo humano. Muchos no están conscientes de tenerlos, o no tienen tiempo o intereses suficientes para superarlos y están obligados a acomodarse a vivir con ellos.
Es mucho más fácil y sencillo no acercarse ni vincularse a personas de aspectos y hábitos distintos, que tomarse tiempo y esfuerzo para vencer resistencias estereotipadas, instintivas o aprendidas, especialmente cuando hay poco interés o conveniencia de por medio.
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Eso lo sabe todo el que ha sido rechazado en alguna medida, ya sea por prieto, por pobre, por feo o por cualquiera minusvalía socialmente definida o condicionada.
Los recién nacidos pueden, en cambio, llegar a amar el rostro de la nana negra por toda su vida, acaso mucho más que el de la madre blanca que nunca realmente le dio cariño.
Los prejuicios sociales son mecanismos de defensa, de manipulación, a menudo manejados y fortificados a conveniencia por grupos étnicos, de clase, y de quienes dirigen el juego social. Ningún jefe de tribu africana sueña con una caucásica. Le tomaría mucho tiempo sentir que una blanca es tan bella y deseable como su prieta.
En países como el nuestro, la experiencia racial es diversa aún dentro de las clases sociales y las regiones. Dentro del contexto criollo, la mujer negra o mulata es comúnmente asociada con altos niveles de placer sexual; concomitantemente, Johnny Ventura alardeaba: “…el negrito…vota miel por los poros”.
No significa que no haya algunas preferencias y conveniencias. Porque, el mercado matrimonial suele tener una mejor oferta para blanquitos y blanquitas, ya que no en vano los ricos de aquí y de todos los países de la región prefieren los de sus razas, y a quienes más se les parecen, especialmente mientras Hollywood y Miss Universo sigan eligiendo mujeres con perfiles europeos como sus favoritas.
La pesadilla de la “España Boba”, las Devastaciones de Osorio y otras experiencias históricas que calaron profundamente en el ser nacional en sus orígenes, obligaron tempranamente a blancos, negros y mulatos a manejar inteligentemente nuestro tema racial, y a la mezcla racial por necesidad y conveniencia como a manejar psicológica y socialmente el asunto. No recuerdo haber leído en todo el recorrido de los relatos de nuestros historiadores durante los años de escolaridad, ni posteriormente, una sola alusión a la raza o color de piel de ningún personaje de nuestra historia. Y ese es un tremendo legado que hoy día muchos envidian y otros no pocos no pueden entenderlo. Debemos, por tanto, exigir, enérgicamente, que esos logros nos sean respetados.