Naciones, sociedades y grupos organizados han disfrutado de épocas de gloria, de momentos de bienestar y progreso, y en otras coyunturas han logrado también salir airosos de las barreras que, en un período determinado, se han interpuesto en sus caminos.

La Gran Depresión, en 1929, marcó una etapa desgraciada para Estados Unidos, que vio derrumbar su economía, precedida de una bonanza que llevó a la sociedad americana a considerarse única y superior en el mundo.

Los estadounidenses se levantaron aquella vez de su estrepitosa caída con un mensaje optimista, con la fuerza y el acerado espíritu de sus líderes.

El pueblo norteamericano se contagió de aquellas señales, transmitidas con inequívoca sinceridad por los gobernantes.

Pueblo y gobierno estadounidenses celebran este año 233 años de Independencia. Nosotros, los dominicanos, 165 años. No es tanta la diferencia.

Allá encaran, nueva vez, momentos bastantes difíciles. Aquí (nosotros) nos creemos sobreprotegidos.

Si bien no hay motivos para la conmoción, tampoco para proclamar una guerra no conquistada.

La corrupción arropa todo el cuerpo social de la nación, y ha faltado voluntad para cortarla de raíz.

Los tiempos no están para perderse en lisonjas, ni escurrir el bulto. Faltan acciones concretas, actuaciones contundentes, no prédicas insulsas.

Los dominicanos debemos asumir con firmeza la tarea pendiente de enderezar el camino torcido, la decisión postergada por ataduras del pasado, por compromisos clientelistas.

¡Nos falta mucha voluntad política!