Nos han desalojado de las calles

Nos han desalojado de las calles

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Ya no es tan solo que la delincuencia obliga a resguardarse a la ciudadanía en sus casas por temor a ser asaltado o asesinado. Ya no es que el tránsito ha enloquecido y desplazarse por las calles resulta un acto heroico que solo por necesidad de trabajo o llevar un enfermo al hospital es que se necesita salir de sus casas.

Es algo más que eso. Y no es que las esquinas están tomadas desde hace tiempo por toda clase de chiriperos que venden toda clase de mercancías y seres vivos, desde mascotas, peces, estuches y cargadores de celulares, tarjetas de llamadas y hasta muebles o mapas escolares.

Es que estamos en presencia de un problema creciente y acelerándose en estos días finales de la fiera campaña electoral que nos envuelve y que tan solo falta una semana para concluir. Por eso no nos hemos dado cuenta de la gravedad de la situación.

Ya Santiago y otras poblaciones del Cibao han padecido y padecen el mismo problema, pero aquí en la capital se ha agudizado de mala manera con el arribo de decenas de mujeres haitianas cargadas de niños recién nacidos o de pocos años, que han copado las esquinas de los sectores de clase media o alta, para pedir limosnas en una acción que aparenta sumisión pero insisten y son agresivos con los niños golpeando las ventanas de los vehículos llamando a la atención.

Es un problema  social muy grave, que por estar en campaña, no se le ha puesto atención debido a que lo primordial ahora es retener el poder o conquistarlo. El tema haitiano no figura como algo esencial en la agenda de los candidatos.

Hay preocupación en muchos sectores. Ya son varios los comentaristas y columnistas que han tratado el tema, pero no se nos hace caso. Ahora es más atractivo engatusar de nuevo al volante para que acuda la semana que viene a depositar el voto por el candidato preferido y vivir de las esperanzas que nos ofrecen de mejoría, mientras a nuestro lado crece un problema muy grave que ya tiene raíces muy hondas por nuestra necesidad de la mano de obra haitiana en la construcción y la agricultura.

Será necesario adoptar decisiones firmes para enfrentar la proliferación de los pordioseros haitianos, que en su país están muriendo de hambre, aquí al menos hay menos peligros y aseguran su sustento. Se sienten protegidos ya que los dominicanos no nos atrevemos a actuar, pues nos acusarían de racistas y violadores de los derechos humanos. Se les deja hacer a una raza que constituye un caso muy especial. Alarma por la forma de cómo tantos niños permanecen hasta altas horas de la noche mendigando, esperando una caridad dominicana, que poco a poco se resiste a ser explotada por seres, que al final de cuentas, sueñan con una isla indivisible.

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