¡Nos han matado las esperanzas!

¡Nos han matado las esperanzas!

El dominicano del siglo XXI ya se diferencia de sus ancestros, por estar sumergidos dentro de la modernidad de la época y vivimos al tanto de lo que ocurre en todo el planeta, pero todavía nos quedan restos de la mente pueblerina de antaño y se manifiesta en muchas de las costumbres sociales.

 El florecimiento de los llamados colmadones, que en cada esquina de los pueblos proliferan para brindarle un lugar económico de esparcimiento barato a los clientes, es un rasgo distintivo de una conducta social de la amistad informal  y del compartir que cada persona necesita para comunicarse con los demás.

De ahí esa alegría contagiosa que tiene su mejor manifestación en los deportes, manifestándose por el elevado consumo de bebidas alcohólicas, que cada año las cervecerías y destilerías ven aumentar sus ventas de manera vertiginosa para alegría del fisco.

 Las tradiciones ancestrales nos dicen que ese compartir  era una manifestación que corría paralela con la belicosidad de la montonera política,  de tantos caciques y supuestos líderes de alzamientos cívicos que desestabilizaron la vida institucional del país por decenas de años y provocaron la intervención norteamericana en tres ocasiones del siglo XX.

 Pese a ese estado de cosas,  los antepasados tenían  sus esperanzas  de una vida mejor y las fértiles tierras del  Cibao, con su riqueza agrícola, permitió a muchas familias enviar a sus hijos a profesionalizarse  en Europa y Estados Unidos, y luego, muchos de ellos, al retorno modificaron  patrones de conducta que fueron las bases de un estado moderno que hizo su explosión en la década de 1960 para abrir las puertas de la educación superior a centenares de jóvenes.

 Pero un freno muy preocupante está gestándose desde hace  pocos años, con la implementación de una estrategia política de la conducta,  proveniente de una añeja mentalidad marxista de sueños truncos de dominio mundial de la sociedad.

Se ha propuesto revivir  lo que ya los norteamericanos en 1965 corrompieron a cientos de jóvenes izquierdistas, que al contacto y disfrute con el capitalismo más descarnado, los transformaron en cuadros de una sociedad consumista y envolvente, destruyendo ideales y esperanzas para una sociedad más justa en su país.

 Ahora se trata de una acción que busca el eliminar las esperanzas de una sociedad más moral y justa, para introducirnos en una línea de pensamiento que lo máximo es buscar el beneficio y disfrute pleno de la vida, no importa los medios para alcanzarlo.

 Así la sociedad se ha corrompido y se han conformado generaciones, que  bien se han ido capacitándose,  pero la nueva mentalidad los lleva a que el objetivo es enriquecerse, disfrutar de la vida y no estar imbuidos de valores patrióticos ni cortapisas morales  y obsoletas, diluyendo con esa estrategia de deformación moral  las buenas cualidades  del dominicano que en su alegrías, que antes disfrutaban en sus hogares,  los hace desechar tales valores éticos para agredir a los demás. 

La situación no es fácil y peligrosa para la identidad  como nación, ya que las esperanzas cívicas de vivir en una sociedad  respetuosa  de los derechos y ostentadora de excelentes prendas morales, se han derrumbado. Poco a poco nos han llevado a convertirnos en una sociedad de zombies sociales buscando el máximo disfrute de una vida hedonista, olvidando  los compromisos  cívicos y morales. 

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