¿Nos merecemos la Barrick-Gold y los políticos que tenemos?

¿Nos merecemos la Barrick-Gold y los políticos que tenemos?

Un  supuesto sociólogo europeo en actitud fantoche, se refirió a Latinoamérica con una frase que me pareció más insultante que científica: “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Una expresión abstrusa, especialmente cuando no podemos que nos hace merecedores de las malas contrataciones y concesiones hacen nuestros gobernantes a gobiernos y empresas extranjeros.

Algunos hasta se preguntan si nos merecemos a Duarte. Otros, si la muerte de Harold Priego confirmara que como pueblo no tenemos siquiera el derecho a reírnos de las barrabasadas de nuestros políticos.

La frase en cuestión es una construcción de mala casta, una mezcla impropia de juicio de hecho con juicio de valor, más bien un prejuicio, que no puede ser sometida a verificación científica; que produce sensación de cosa ambigua de la que uno no sabe, de repente, si defenderse con un raciocinio, o agredir al que ofende tu patria. La definición de “pueblo” es cosa vaga e imprecisa, y hasta los políticos criollos ya casi no la usan. Tampoco es claro si ese término incluye a los ricos y a los que viven disfrutando del poder y las riquezas mal habidas. Yendo al fondo moral del asunto, preguntémonos si los niños y las viudas, madres solteras y campesinos, o las gentes honradas y trabajadoras, que mantienen en pie en país, han hecho bastante para merecerse estos desgobiernos.

La palabra merecer es más difícil de aceptar aún, porque implica que el que la pronuncia conoce el alma ajena y se hace juez de los demás; acaso nacionales de países desarrollados se arrogaren una visión darwiniana del mundo, y nos vieran a los tercermundistas como los perdedores netos de la lucha por la supervivencia.

Herman Hesse hace decir a un personaje suyo, que las guerras son necesarias porque de otro modo seríamos unos despreocupados, dedicados al placer y al ocio, camino al desorden y la ruina de la nación. Como si justificara la existencia del mal y de la muerte, sin los cuales seríamos seres totalmente inmorales y disolutos. En ese sentido, todos los pueblos estaríamos sometidos a gobiernos y situaciones que, si no nos las merecemos, posiblemente sean necesarias como ejercicio de superación y de crecimiento material, moral y espiritual. Pero la pregunta que interesa no es qué cosa merecemos, sino qué cosa necesitamos para superar los males presentes, y deshacernos de tantos políticos perversos, y de tanta mañosería colectiva.

Es difícil aceptar que por la perversidad de unos cuantos legisladores y la desaprensión irresponsables de otros tantos, los dominicanos tengamos que cargar, no solamente con el fajo material de los más de cincuenta mil millones de dólares con que se nos estafaría mediante el contrato de las minas de oro de Cotuí; sino además, con una pesadumbre moral por generaciones de ignominia y miserias colectivas, por no haber renegociado oportuna y ventajosamente ese malhadado contrato. El caso Barrick-Gold amerita absoluta transparencia. No acaso una rebelión colectiva, pero hasta un plebiscito, si fuese necesario.

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