Nos quedan los patios

Nos quedan los patios

Cierto poeta amigo suele decirme que el mundo está en combustión perpetua. Explica que no se trata de la llamada masa plutónica o ígnea, del vulcanismo que produce erupciones, solfataras. Una cosa es el centro de la tierra y otra la corteza en cuya superficie boscosa habitamos desde hace milenios. El recalentamiento del que habla este poeta no es el de la atmósfera, tema favorito de los ecologistas. Dice que la vieja cultura occidental “está echando humo por los cuatro costados”. Para estimular sus desahogos intelectuales, objeté: no sabía que la cultura tuviese costados. –Ah sí, claro que los tiene, replicó inmediatamente.

–Uno es el arte, otro el pensamiento, además del trabajo, y la sexualidad. Todo eso está cambiando dramáticamente. –¿No crees que siempre ha estado cambiando? –Sí, pero no con el ritmo que lo hace ahora. La explotación industrial de los recursos naturales cada día es mayor, las nuevas tecnologías hacen más eficiente su aprovechamiento económico; y la población crece, aun en los países donde no hay muchos nacimientos. La higiene y los antibióticos prolongan la vida. Las enfermedades infecciosas se han controlado en muchísimos países. Pero los bosques están en peligro y algunas especies animales se están extinguiendo. Para colmo, tenemos en el mundo una nueva generación de políticos.

–¿Qué quieres decir con eso? –Bueno, lo que pasa es que hoy por hoy todos los motivos para la guerra son válidos. Se pelea por razones religiosas o profanas, mercantiles o humanitarias. La turbulencia y la combustión cubren el globo completo. Lo mismo da que permanezcas en tu país o emigres a Europa. Siempre encontraras dolor, injusticia y muerte. Harán falta el agua y los bosques; sobrarán eriales y desiertos. También escasearán sacerdotes amorosos que respeten la naturaleza.

Antonio Machado escribió una vez: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/y un huerto claro donde madura el limonero”;/. Está bien que de su infancia remota un poeta maduro recuerde patios con olores de limonero. Pero es triste que las conversaciones de la edad adulta queden atadas al jardincillo de un patio trasero. Hoy, habiendo tantos “sinhogar” por las crisis hipotecarias, casas de acogida para refugiados, tener un simple patio con flores resulta consolador.

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