Nos unimos, o fracasamos

Nos unimos, o fracasamos

Por: Marjorie Félix

Sí, podemos coincidir en decir que la pandemia ha puesto de cabeza el mundo, pero hay brechas que se mantienen, en algunos casos ahora más anchas. La actitud de los países responsables de la salud de su población parece enmarcarse en parámetros predecibles de ricos versus pobres.

La suerte de los Estados Unidos y Reino Unido está por encima de la de muchos, ya que para ellos la provisión de vacunas no es un problema en este momento, ni lo será después, debido a que pudieron invertir mucho dinero en desarrollarlas. Las grandes economías van viento en popa.

China, que es muy particular, todavía no nos ha contado todo sobre lo que pasó, ni sobre su vacuna, aunque ya hay más de un millón de ellas en suelo dominicano. Paradojas de la vida, China ha sido la respuesta solidaria esperada por el Gobierno dominicano, que con mucho pesar reclamaba la falta de apoyo de las grandes potencias respecto del resto de países, cuando a inicios de esta gestión no había mostrado la reciprocidad con el hermano asiático. Otros países ricos como Canadá y el bloque de la Unión Europea (UE) van muy bien.

En las Américas los más grandes, Brasil, Colombia, Argentina, Chile, México están gestionando las respuestas de inmunización a sus nacionales, haciendo malabares con situaciones penosas de escándalos y privilegios en el orden en que los que usan las ventajas anulan a los ciudadanos comunes. Nada inusual en nuestra cultura regional y, por supuesto, nada que no hayamos visto en el proceso que estamos llevando a cabo en nuestro país.

¿Tiene que ver con el poder adquisitivo? Pues como en todo en la vida. La mayoría de los países de bajos ingresos o no han comenzado a vacunar o se han quedado atrás, como parecería ser el lema famoso de las Naciones Unidas, porque en esta carrera, ir a la par, es la real utopía. Sin embargo, hay algunos que se van organizando bien.

Lo que vemos es que el mundo se encuentra frente a un desafío económico, científico y social que resulta muy evidente. De ello se habla en foros regionales, internacionales, en artículos e incluso en libros que ya se han publicado sobre la pandemia. Pero el desafío moral y ético que tenemos por delante, parece no ser tan claro, aunque es el principal.

La pandemia ha puesto a los gobiernos a manejar problemas que están fuera de su estándar normal, por ejemplo, dilemas como buscar soluciones intermedias entre la salud de los vulnerables y los que no lo son, considerando las necesidades sociales y de empleo, con un factor económico latente.

La gran desigualdad entre la población de cada país, y a veces necesidades contrapuestas de todos los grupos, obligan manipular la distribución de los bienes, que en este caso es la salud misma. En este país no necesitan lo mismo los pobres del Cibao que los del Sur de la frontera; la clase media tiene unas demandas distintas a la clase alta y los grupos económicos están en el desnivel constante.

Las inteligencias colectivas y mejor dotadas hablan de que la mayor amenaza es el costo-beneficio de las respuestas a tales dilemas. Se le preguntaba a un profesor de la Universidad de Oxford acerca de cómo los países estaban abordando la pandemia y se refería precisamente a esta idea de que los diferentes gobiernos tomarán decisiones distintas y no sabremos hasta dentro de muchos años, cuando veamos hacia atrás, qué país hizo la elección que resultó siendo ventajosa, pero hoy es muy difícil saber cuál es la decisión correcta.

Lo que sí podemos advertir desde ahora es lo que ya señalaba la investigadora sobre distribución de vacunas a nivel global, Andrea Taylor: “la distribución desigual entre países ricos y pobres significará que el virus continuará propagándose”.

No le sirve de nada a Europa poder vacunar más de 6 veces a cada persona; a Israel inmunizar a toda su gente haciendo uso de su gran ventaja económica; a Estados Unidos poder vacunar en tiempo récord a toda su gente y tener reservas para garantizar varios ciclos de vacunación, teniendo a ese gran mapa de inmigrantes que acoge en su territorio; y así sucesivamente daría igual para cualquiera del grupo de los más aventajados, si el 90% de los habitantes de casi 70 países de bajos ingresos tienen pocas posibilidades de inmunizarse este año, ya que las mutaciones del virus se convertirían en la principal amenaza para hacer inefectivas las actuales vacunas.

Habría que reiniciar todo, otra vez. El resultado de esta experiencia sería un fracaso moral catastrófico; un fracaso económico nunca antes visto; y el mayor desastre de salud de la historia humana. El abandono a los países más pobres, podría costarle al mundo entre 1,5 y 9,2 billones de dólares, que al menos en la mitad pagarían los países ricos, los que podrían pecar de ignorar al resto. Creo que ser solidarios sería menos costoso a los efectos señalados.

Parte de esa reflexión obligada debe hacerla la República Dominicana porque es imposible pretender ignorar que tiene al lado a un estado colapsado por la inclemencia de un sistema fallido; de una etnia condenada y una historia cruel, que lo separa de nuestra realidad vecina con el cause pobre de un río descuidado que tenemos por frontera.

Nunca antes la suerte de uno se había convertido en la desgracia del otro. No se trata de que la solidaridad implique desvestir un santo para vestir al otro, pero sí de que al fin somos interdependientes. Y esa interdependencia trae fuertes incertidumbres que cuestionan la propia naturaleza humana.

Inmunizar a unos, olvidando el resto, es el caldo de cultivo de nuevas cepas más violentas y menos predecibles. Es la única vez en la historia en que hemos estado obligados todos, todos en el mundo, todo el mundo, a ser mejores humanos. Esto se resolverá anclados unos en los otros y con eficacia. Nos unimos, o fracasamos.

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