Nosotros, cuatro años después

Nosotros, cuatro años después

JOAQUÍN RICARDO
Han transcurrido cuatro años, desde aquella mañana dominical en que dejó de latir su corazón, para siempre. 14 de julio del año 2002. Vive en mí el recuerdo de la madrugada en que con prisa cortaba la oscuridad para llegar a la clínica. No abrigaba esperanzas, pues estaba convencido de que el gladiador había decidido no oponer resistencia. Y así ocurrió. Alrededor de las cuatro de la mañana de ese día, partió al encuentro con sus seres queridos que le habían precedido en el camino hacia lo ignoto.

En esta tierra de sus amores y desvelos, objeto único de su constante lucha, han pasado muchas cosas que inquietarán a su ojo de vigilante insomnio desde el sitial que el Todopoderoso le haya conferido. Desde el mismo, observa todo lo que ocurre en el país. Y no es descartable que los envuelva una tristeza profunda y le sacuda un dolor intenso. La situación nacional le estremece. Piensa en todos los sacrificios realizados en favor de la patria, y en cómo se ha perdido todo, incluso el honor, a diferencia de la suerte corrida por Francisco I, hijo de Carlos de Orleáns, a manos de Carlos V.

Se molesta ante la extinción auspiciada desde las alturas de la clase media. Sí, esa misma que creció al amparo de las medidas tomadas por él en sus primeros períodos de gobiernos constitucionales. Esa que garantiza el equilibrio y evita los cuartelazos y las apresuradas salidas del poder. La misma que se erige en motor del crecimiento y desarrollo nacionales. El país involuciona, pues hemos regresado al estado social en que nos encontrábamos a raíz del sacrificio de amigos y compadres que derrocó a la tiranía. Es decir, los que tienen todo y los que sobreviven entre carencias.

El orgullo que exhibía el cuerpo nacional ante la soberanía dominicana ha tenido que ser arriado. Se había pagado la deuda externa, causa de nuestros males, con el sacrificio de todo un pueblo. Hoy, con una deuda externa e interna que no se explica en obras y que nos ahoga, dilapidada por los burócratas y repartida alegremente entre la mayoría de nuestros dirigentes, la República de nuestros epónimos tiene que someterse a los dictados de los nuevos colonizadores, que llegan sin el idioma y sin la cruz redentora, enarbolando, en cambio, los préstamos y la Globalización, símbolos inequívocos del nuevo orden que, sin demora, se instaura en todo el hemisferio. Naturalmente, él prefirió un absurdo recorte en el período de gobierno, la inefable modificación constitucional de 1994, antes que claudicar. Cuestión de principios y de ética.

El doloroso sacrificio de 1937, finalmente, de nada sirvió. Mientras él estuvo en el poder, resistió las presiones de nuestra clase empresarial y las foráneas. En esa oportunidad, nuestros dirigentes no se atrevían a llenar sus bolsillos con los dineros provenientes del abyecto tráfico humano. En el presente moderno y globalizado, con tecnología de punta, tenemos un país invadido y estamos soportando el peso de una migración sin freno que destruirá los cimientos nacionales. El sueño y los sacrificios de Duarte y su familia se esfuman entre reconocimientos, viajes, diálogos, cumbres nacionales y reformas constitucionales.

El problema energético nacional continúa. Sé que no es noticia ni le resulta extraño a su sabiduría. El país le agradece su visión al erigir con fondos propios las hidroeléctricas nacionales. A pesar de la famosa privatización, palabra edulcorada que significa la entrega de las riquezas nacionales, de las empresas distribuidoras, de la venta acomodada y posterior recompra de las mismas, del Acuerdo de Madrid y a las etéreas promesas de revisión de este último zarpazo, no tenemos energía y la pagamos como si fuera El Vellocino de Oro.

La Seguridad Social languidece como un pálido y muriente crepúsculo. Las mismas fieras, ahora convertidas en turba nefaria, no permiten el progreso nacional. Mientras unos lo tienen todo, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, objeto privilegiado de sus desvelos, presidente, perdió todo lo que usted pudo entregarle y sigue sin tener nada. Las mismas retrancas, los mismos que se creen dueños de la República, aquellos que no le perdonan a usted que, a raíz del 30 de Mayo, no le devolviera su hato, ahora convertidos en turbamulta, apuestan a la disolución del país. De nuevo, no se avanza en el camino, presidente.

La educación es otra área que, a pesar de sus esfuerzos, mediante el Plan Decenal, entre otras importantes conquistas dignas de mención, presidente, lentamente agoniza como cualquier tarde tropical. No se capacitan los maestros y no se realizan las necesarias inversiones. Nuestros niños deambulan por las calles sin el pan de la enseñanza y sin la protección oportuna de un Estado que ha olvidado su razón de ser. Claro retroceso en lugar de avance.

La situación hospitalaria nacional es de una indigencia dramática. Carecen de equipos y medicamentos para atender la demanda de los más necesitados. Los profesionales que prestan atención al pueblo siguen con bajos salarios, en adición a las pésimas condiciones que les rodean. El pueblo no encuentra eco en ningún estamento gubernamental a sus persistencias lamentos. No hay nadie que sirva de mediador para intervenir en favor de los más desposeídos. Los encabezados de los medios de comunicación parecen titulares de hace más de cuatro décadas.

La dirigencia nacional parece absorta en su constante y descarnada lucha por el poder, abstraída de las urgencias y necesidades nacionales. Los émulos del Quijote como usted, han sido definitivamente suplantados por el puñal en constante acecho de los seguidores del Iscariote aquel, dueño del Campo del Alfarero. Los gladiadores históricos como usted ya no nacen, y los pocos que elevan su voz en protesta son ridiculizados por el rampante materialismo y la corrupción pública y privada. Las ideologías, como usted sabe, desaparecieron de manera definitiva. Con ellas, al parecer, se marcharon del escenario nacional los principios y la ética. En estas áreas, el retroceso es de siglos.

No es de extrañar que en su vigilia observe con estupor que en medio de las tantas precariedades se pretenda concertar un nuevo empréstito para la construcción de un metro inválido y se marginen obras prioritarias en las áreas de educación, salud y el sistema eléctrico. Ante este cúmulo e incongruencias, sólo podemos exclamar al arribar a un nuevo aniversario de su tenida ausencia ¡que Dios nos salve, Joaquín Balaguer!

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