Nosotros, el PNUD y la democracia

Nosotros, el PNUD y la democracia

POR DIÓMEDES MERCEDES
Simultáneamente el PNUD ha puesto en debate en nuestro país y en los de la América Latina el tema de la Democracia, con un informe que resalta su precariedad en la región, su disfuncionalidad, lo superficial e irreal de lo que queremos sistema político, pero que nos lo niega el sistema económico, sumiéndonos en la zozobra del subdesarrollo que impiden los derechos, las libertades y el  poder ciudadano que buscamos.

El sistema político y económico reales si se corresponden entre sí y con los poderes fácticos empeñados en nuestra neocolonización.

¿Somos naciones democráticas porque en las últimas tres décadas los gorilas militares hayan cedido su protagonismo? ¿Somos democráticos porque podemos votar e inmediatamente después los elegidos renieguen al mandato del voto y a sus promesas pasando a gobernar con el modelo colonial?

La Democracia nunca dejará de ser un proceso continuo de pugnas entre pasado y futuro; entre necesidades sociales del presente y el poder, su eterno violador natural, siempre aristocrático y totalitario, siempre vigente. La Democracia es como Dios. ¿Existe? Si, como idealización de lo supremo, como un ideal de perfección o como un poder de amparo al desprotegido. Pero tal gloria dista mucho de nuestra realidad.

Palpamos lo democrático del mundo por el porcentaje directo e indirecto al que alcanza cada habitante de un Estado-Nación determinado. De ese ingreso dependen el poder, los derechos, las libertades y la calidad de vida que podremos alcanzar individualmente.

Para el año 2000, 2,800 millones habitantes del planeta subsistían con un ingreso menor a 2 dólares diarios y otros 1,200 millones se sumaban a estos con ingresos de 1 dólar o menos diarios; 4,000 millones de personas que pasan las calamidades del hambre viviendo por debajo de la línea de pobreza. Al mismo tiempo las 225 personas más ricas recibían el equivalente al ingreso de 47% de la población mundial. Exacta demostración de inequidad en la relación democrática y de cómo no participamos del reparto económico y de los otros atributos que conferimos ligados al concepto democrático del cual se desliga en América Latina cada vez mayor número de personas, porque no es tal y mata en masa, mientras el monstruo que ese alimenta de todo y de todos, procesándonos y empacándonos para el mercado cuyo monopolio y acumulación de medios y riquezas de forma desorbitada es la razón de sus ofensivas por el dominio imperial del mundo.

En tal dinámica la humanidad se precipita sin salvación posible en un juego competitivo destructivo, sólo para lograr cada cual no resbalar hacia más abajo, ayudando a exprimir al otro tanto o más que lo que lo somos nosotros mismos. Ese «juego que jugamos todos» es demoníaco y hay que poseer ese genio para complacerse de los resultados que produce el fin de concentrar acumulación de riqueza y poder que explota en toda su magnitud las capacidades de las personas como de las propiedades de la tierra, que reinvertidas en nuevos campos aumentan en proporciones gigantescas la deshumanización de la especie, su recíproca explotación, que recauda sistemáticamente gota a gota y centavo a centavo hasta el último aliento de los habitantes del planeta y hasta la última pulgada de sus territorios sin compensación.

Hay que revisar si ese totalitarismo mercantil es la Democracia que la industria propagandística nos vende como tal en paquete involucrándonos y haciéndola legitimar en nuestros países homologando a las buenas o a las malas las normas e instituciones que hacen su red de dominios en cuya fase nos encontramos en nuestro país enyugándonos como bueyes de carretas cargando nuestros tributos para su tren mundial.

La Democracia es relativa al crecimiento integral del país de que se trate y a sus circunstancias mundiales. La nación más democrática en lo interno, la que ha procurado mayor nivel de bienestar económico para sus habitantes en el nuevo mundo, los Estados Unidos, lo ha hecho cohibiendo en la realidad las libertades nominales de su nación y enrolándola a la ideología imperial, convencida de que la base de la misma son los dominios que aportan diariamente a su estilo y nivel de vida en dólares los tributos que mantienen exhausto al resto de la humanidad.

Pero la Democracia como proceso es posible moderando con la ley y el poder de los pueblos la irracionalidad del actual capitalismo, superando el subdesarrollo y creando nuevos polos alternativos al monopolio imperial del mercado mundial. Con el subdesarrollo y su dependencia innata no pueden prosperar nuestras aspiraciones democráticas integrales, entre otras razones porque el subdesarrollo no crea ciudadanía responsable; crea necesitados. El peligro y el miedo a la pobreza y al hambre, el estigma de ser miembro de naciones de segunda y tercera clase, el que impulsa el compulsivo afán de consumo ostentoso con el que tendemos igualarnos en estatus con las habitantes de las naciones desarrolladas, estimula la corrupción, e impide la formación ciudadana, el elemento crucial para construirla y generar la clase política que necesitamos para hacerlo.

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