Nostalgia difunta

Nostalgia difunta

SERGIO SARITA VALDEZ
Nuestros muertos están tristes, por eso no quieren hablar. Se muestran asombrados y abochornados, por tanto se niegan a conversar. Se sienten humillados y burlados y ante tal afrenta han enmudecido.

Hablaron lo suficiente pero nadie los  escuchó. Vivieron como héroes y terminaron en el martirio.

Fueron ejemplo de dignidad y de decoro pero pocos quisieron imitarles. La sencillez y la humildad constituyeron su sello de identidad; la prepotencia y el orgullo su impusieron en su ausencia.

Patriotismo, prédica nacionalista y solidaridad internacional estuvieron presentes en su cotidiano quehacer. La jagua, el caimito, la naranja, el níspero, la piña, el zapote y la lechosa adornaban su comedor frutal y eran fuente de sus jugos favoritos. El plátano, la papa, el ñame, la auyama, el guineo y la yautía eran sus viandas preferidas. El coco, la batata, el cajuil y la guayaba fueron los ingredientes naturales de su postre meridiano.

La calandria y el ruiseñor, la cigua y el carpintero, la guinea y la perdiz, así como el pavo y el gallo quiquiriquí llenaron de música sus mañanas primaverales. Las rosas, los lirios, las azucenas, los crisantemos y las gardenias perfumaron sus días y sus noches. Las costeras playas norteñas, sureñas y del este tonificaron sus cuerpos a través del bálsamo acuático y la magia de los rayos solares. Las montañas y llanuras inspiraron sus dominicanas mentes. Ayer éramos pocos y ellos representaron muchísimo para nosotros, ahora somos muchos y ellos siguen siendo demasiado para lo que nos queda.

Tocó al apóstol de la Independencia cubana extraer de lo más profundo de su alma esta expresión que a más de un siglo ha venido a convertirse en frase lapidaria: “Cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”. Tres décadas atrás Juan Pablo Duarte recomendaba por escrito al gobierno provisional restaurador lo siguiente: “Quedó impuesto de las razones del Gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no quedo menos que decir a usted que mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones: el Gobierno debe mostrarse justo y enérgico en las presentes circunstancias o no tendremos Patria y por consiguiente, libertad ni independencia nacional…”

Celoso de la República que había forjado nuestro fundador sentenciaba: “Por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre…Usted desengáñese, señor Ministro, nuestra patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera, o se hundirá la isla”.

Otro difunto gigante, Juan Bosch, comentaba en 1964, en su libro Crisis de la democracia de América en la República Dominicana: “La falta de sentido patriótico de la clase media dominicana, en conjunto, es algo desolador. Uno no puede comprenderlo. Yo, por lo menos, no puedo entender que no se ame a la Patria como no puedo entender que no se ame a la madre. Me digo que esa ausencia de amor a la

propia tierra se debe a su inseguridad, a su insatisfacción, a la angustia en que viven los dominicanos de clase media; pero no lo acepto. Sin amor es imposible hacer algo creador. La gallina, que es considerada como el más cobarde de los animales domésticos, se lanza como una pequeña fiera emplumada sobre el que se acerque demasiado a sus polluelos. El amor hace fuertes a los débiles y valientes a los cobardes. El amor obra milagros. Con las excepciones lógicas, comerciantes, profesionales, militares, sacerdotes, periodistas, hombres y mujeres carecen de dignidad patriótica porque les falta ese ingrediente estabilizador y creador que se llama amor; amor a lo suyo, a su tierra, a su historia, a su destino”.

Definitivamente nuestros difuntos se tornan cada día más tristes, pero sufren menos sepultados  ya que

en su condición de muertos no están compelidos a ser testigos  de los míseros fragmentos de Patria que aún nos quedan.

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