Nostalgia eterna por El Rey

Nostalgia eterna por El Rey

POR BÁRBARA CELIS/EL PAÍS
Elvis Presley fue un revolucionario quizás sin proponérselo, pues lo que hizo al fusionar el country con el blues y con el gospel cambió la historia de la música.Se calcula que Presley lleva lanzados más de 1,000 millones de discos en todo el mundo, y a juzgar por la velocidad con que se venden  en Memphis, Elvis sin dudas sigue vivo

Quienes creen en algún dios peregrinan a Roma, a Santiago de Compostela, a La Meca o a Jerusalén. Quienes creen en El Rey del rock and roll acuden cada 16 de agosto a Graceland, en Memphis (EEUU). A los pies de la sepultura de Elvis Presley, en el Jardín de las Meditaciones, se llora, se mantiene un silencio solemne, se depositan osos de peluche en honor a su canción Teddy Bear o se sacan fotos como si se tratara de las pirámides de Egipto. «¡Sonríe a la cámara!». «Por favor, ¿no te das cuenta de que esto es su tumba?».

La breve discusión entre una pareja de canadienses, cazada al vuelo en la extravagante mansión donde vivió y hoy está enterrado Elvis Presley junto a su madre Gladys, su padre Vernon y su abuela Minnie Mae (probablemente los únicos familiares de un músico cuyos nombres son conocidos por todos sus fans), es sólo una simple anécdota que ilustra lo que uno puede encontrarse en el ancho mar de la elvismanía. Porque si hay algo que uno entiende cuando viaja a Graceland, donde se conmemoró el 30 aniversario de la muerte de El Rey y previamente se celebró  una vigilia en su memoria, es que no existe un prototipo de fan de Elvis: hay tantas y tan diversas razones por las que la gente le rinde pleitesía que sería injusto y arrogante intentar clasificarlos.

Elvis Presley murió con sólo 42 años de un ataque al corazón el 16 de agosto de 1977. Su dependencia de anfetaminas, dexidrinas, sedantes y todo tipo de drogas de prescripción médica hicieron mella en el hombre que en la década de los cincuenta inventó el rock and roll y con el que también nació el culto a la celebridad en el que hoy se ahoga la cultura pop.

Elvis había cambiado su complexión atlética y su carismática presencia por un cuerpo obeso y maltrecho incapaz de moverse sobre los escenarios, esperpento de sí mismo durante los últimos años de su carrera. Por eso hay quien dice, como el crítico musical Chuck Klosterman, que Elvis murió «en el momento justo»: estaba en pleno declive y la muerte le salvó del olvido, ya que tras ser enterrado comenzó a vivir una resurrección perpetua que le mantiene en plena forma comercial.

La apertura al público de Graceland en 1982 y la comercialización salvaje de su imagen disparó el fenómeno de la elvismanía y, aunque podría parecer osado comparar Graceland con templos religiosos como la catedral de San Pedro en Roma, lo cierto es que se trata de la segunda residencia privada más visitada de Estados Unidos después de la Casa Blanca. Se calcula que recibe 600.000 visitantes anuales y sólo en una semana, la llamada Semana de Elvis, con actividades de todo tipo organizadas alrededor de su figura, se calculó que al menos 40.000 personas pasaran por Memphis, la ciudad sureña sin la que es imposible entender el blues, el soul y, por supuesto, el rock, que de la mano de Elvis Presley agitó musical y socialmente Estados Unidos a mediados de los años cincuenta.

«Elvis fue un revolucionario, quizás sin proponérselo, pero lo que hizo, al fusionar el country con el blues y con el gospel cambió la historia de la música. Nadie se había atrevido a mezclar los sonidos de los blancos con los de los negros y Elvis lo hizo, creando algo propio y personal que influyó en todo lo que vino después», explica Vicente Ahumada, un especialista en Elvis Presley, conductor del programa de radio Club Elvis y que viajó  a Memphis con un grupo de unos 40 españoles que, como buenos fans, procedieron a hacer el recorrido oficial de todo el que peregrina hasta aquí.

Tupelo, el pueblo del vecino Estado de Misisipi donde nació el cantante un 8 de enero de 1935, a unas dos horas de Memphis, fue su primera parada. «A mí me ha emocionado ver los orígenes humildes del que ha sido la mayor estrella de todos los tiempos», comentaba Tomás Alcántara, un madrileño con patillas muy Presley, seguidor de Elvis desde la infancia que venía buscando «puro sentimiento».

Entre sus compañeros de viaje estaba Jorge Pérez Parada, un artista que se quejaba de que «el montaje en Tupelo está pensado para el turista, es una casa muy arreglada y no hay nada más, un pueblo enano que no creo que merezca la pena». Él venía buscando, sobre todo, «esos discos de Elvis que son imposibles de encontrar en España».

Por ejemplo, los singles originales que Elvis grabó en Sun Records, la legendaria discográfica de la calle Union que fundó Sam Phillips, el visionario que se atrevió a grabar a músicos de raza negra como B. B. King o Rufus Thomas cuando aún no eran nadie y que descubrió no sólo a Elvis Presley sino a muchos otros talentos de la época como Carl Perkins o Johnny Cash. La compañía discográfica ya no existe como tal en Memphis, pero sí el local que hoy funciona como museo y también como estudio de grabación, con el mismo suelo, el mismo piano y el mismo micrófono de antaño y adónde aún acuden a grabar músicos nacionales e internacionales. Se dice que Bob Dylan y Bono, cuando pasaron por aquí hace ya algunos años, besaron el suelo: si existen los templos del rock and roll, éste es uno de ellos.

Aquí grabó Elvis su primer disco en 1953, My happiness, una versión de un clásico del country que en principio no causó ningún efecto en Sam Phillips. Elvis se mudó de Tupelo a Memphis en 1949. De enfermiza timidez, tocaba la guitarra casi a escondidas, y sólo en alguna ocasión frente a sus amigos. Pero devoraba música: escuchaba todos los programas de radio y se escapaba de su iglesia a las ceremonias de gospel de los negros en un sur segregado donde la música de color era despreciada por los blancos. Por eso, cuando en 1954 Sam Phillips decidió darle otra oportunidad y le escuchó improvisar sobre That’s all right, una versión de un tema del cantante de blues Arthur Crudup, pero mucho más acelerada y con una voz que no se correspondía con su color de piel, entendió que detrás había un talento especial.

Y no se equivocaba. A partir de ese momento, Elvis, que se transformaba en un huracán de ritmo y seducción sobre el escenario, comenzó a forjarse una carrera meteórica que le llevó en 1957 a comprar Graceland, una casa-palacio de estilo colonial que había pertenecido a una familia local que la bautizó así en honor a su hija Grace. Elvis quería regalarle una casa a sus padres, pero también necesitaba huir de los fans y los periodistas que le perseguían incesantemente desde que sus apariciones televisivas le convirtieran no sólo en un icono juvenil sin parangón en la historia sino también en una afrenta contra la moralidad cuyos movimientos de cadera, su inusual estética y su música, contaminada por los sonidos negros escandalizaron a la sociedad de la época.

En Graceland, con 23 habitaciones y una superficie total de casi 1.000 metros cuadrados que irían creciendo hasta superar los 1.500, comenzó a construir su nicho con apenas 22 años. A medida que su fama y sus millones aumentaban, también crecían sus extravagancias, de las que esta casa en Elvis Boulevard sea probablemente el mejor reflejo. «Todo en Elvis era exagerado. Comía mal, dormía mal, tomaba pastillas, vivía de noche, así que cuando entras en Graceland supongo que ves el reflejo de todos los extremos y también de su particular sentido estético», comenta Gian Marc Gargiulo, presidente del club de fans extranjeros más antiguo del mundo, Le Club des Amis d’Elvis, fundado en 1965 en París, asiduo anual a la Semana de Elvis.

El cantante, que jamás actuó fuera de Estados Unidos pero triunfó en todo el planeta (Picasso es el caso contrario; triunfó en América sin jamás pisar el país), tenía una habitación amarilla y azul con tres televisores que miraba al mismo tiempo, y otra con una alfombra-césped y una cascada decorada con muebles salvajes bautizada The Jungle Room. «Creo que tras visitar Graceland le llegas a entender mejor, aunque para mí la clave es ver su tumba, ha sido muy emotivo», explicaba frente a la mansión Donna Hill, una mujer en la cincuentena que adora «todo el rock and roll y, por lo tanto, también a Elvis».

En realidad, el público sólo puede acceder a 9 de las 23 habitaciones de una mansión rodeada de pradera. En otro anexo se puede visitar la que fuera su pista de racketball, hoy reconvertida en un impresionante contenedor de discos de oro y platino que forra las paredes de arriba abajo. Por 30 dólares el visitante también puede ver la colección de vehículos de Elvis, incluido el Cadillac rosa que le regaló a su madre en 1955 y una muestra con los trajes que marcaron la última etapa de su carrera, cuando tras una pausa de siete años en la que se convirtió en uno de los diez actores más taquilleros de Hollywood decidió regresar a los escenarios y volvió a triunfar como en su juventud. Se calcula que Elvis Presley lleva vendidos más de 1.000 millones de discos en todo el mundo, y a juzgar por la velocidad con que vuelan de las tiendas de souvenirs que pueblan los accesos a Graceland, Elvis, sin duda, sigue vivo.

Y a ello no sólo contribuye la entrega de sus fans, que en ciertos días se pueden ver por hordas alrededor de Graceland vestidos de arriba abajo con el rostro y el nombre de Elvis estampado en alguna parte de su vestuario. Gran parte de la resurrección de este intérprete único que, sin embargo, sólo compuso y escribió cinco temas en toda su vida se debe al trabajo de Elvis Presley Enterprises, la empresa creada por su ex mujer, Priscilla Presley, para gestionar las propiedades y los derechos de imagen del cantante y que después pasaría a manos de Lisa Marie, la hija de la pareja. La decisión de abrir Graceland al público y comenzar a dar licencias para comercializar objetos de lo más inverosímil con el rostro y el nombre de Elvis -hay café, vino, osos que cantan Fever, cubertería…-, resultó ser tan rentable que hace dos años un inversor privado, Robert F. X. Sillerman, pagó 100 millones de dólares por el 85% de la empresa. Sillerman proyecta ampliar todo el imperio Elvis construyendo un hotel de 500 habitaciones frente a Graceland y diversas atracciones que harán de aquello un parque temático aún más exagerado de lo que ya es actualmente.

«Cuanto más, mejor. Yo no creo que sea malo que el rostro de Elvis esté en los saleros. Todo lo que se haga para que la gente no le olvide es positivo», piensa Linda Lafave, quien, con apenas dos años y «antes de pisar una iglesia» ya escuchaba a Elvis. «Yo no sé cuánto durará el mundo, pero Elvis estará hasta el final», afirma desde Graceland esta fan confesa.

Para otros como Robert Alanitz, organizador desde hace 15 años de la feria Collecting the King, Memorabilia Show 2007, se ha llegado a límites vergonzosos. «Yo creo que Elvis se sentiría humillado al ver su cara en un par de calcetines. Y además, ¿por qué la gente prefiere comprarse un bolso a un disco original de los años cincuenta que es un pedazo de historia?», se pregunta Alanitz. Coleccionistas como él despliegan la semana conmemorativa  en el hotel Peabody de Memphis todo tipo de tesoros musicales, incluidos los dos álbumes de El Rey más caros del mercado: una grabación única de 1967 con nueve temas de la película Stay away Joe, valorada en 25.000 dólares, y otra del mismo año de un especial Navidad valorado en 12.000 dólares. Su dueño, Jerry Osborne, sabe lo que tiene entre manos. «No sé si los quiero vender, porque sé que su precio seguirá subiendo. Elvis Presley siempre será una buena inversión».

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