Es un rasgo de incivilidad que no cesa de alarmar a propios y extraños aunque muchos dominicanos participan -se diría que hasta con entusiasmo- del irrespeto que nos lleva a vivir en un tránsito vial caótico; que constituye una causa de muerte, lesiones e invalidez que supera índices de países similares y hasta de algunos de mayor dimensión.
República Dominicana ha experimentado en los últimos años un retroceso impresionante en la aplicación de instrumentos y medios legales para sancionar y disuadir a automovilistas que se comportan como chivos sin ley. No existe efectiva coerción para algunas infracciones graves y menos para las simples. Se puede transitar sin matrícula sin que se reciba una sanción condigna por ello. Los agentes de Amet imponen, haciendo el ridículo, multas que solo una minoría paga, sin que sufran consecuencias los que no pagan. No existen medios para controlar límites de velocidad, ni para medir el alcohol en la sangre de conductores. Ignorar la luz roja y las reglas sobre sentido del tránsito constituyen una epidemia. Miles de motociclistas incumplen, en diversos grados, los requisitos que deben llenar para circular, comportándose como dueños de las vías junto a los conductores de voladoras. El principio de autoridad se fue al carajo. Imponer respeto fue borrado de la agenda del poder. Nunca habíamos llegado a ese punto. En materia de hacer lo que nunca se hizo, a Danilo se le adelantaron.
Automutilación del contrapeso
Los asuntos internos de los partidos políticos merecen respeto… pero hasta un punto. Lo que está ocurriendo en el Partido Revolucionario Dominicano, en el que insisten en sumergirse insensatamente en una radicalización de contradicciones, tiene que preocupar hondamente a ciudadanos que no comulgan con esa organización. Los empeñosos dirigentes que se agreden verbal y contenciosamente; y ya hasta de manera física, ahondan disparidades que expresan una incapacidad extrema para aceptarse y respetarse entre ellos mismos. De esa forma incurren en una agresión intolerable y gratuita a casi la mitad del electorado que votó por la opción PRD sin el fraccionamiento que ha regresado, partido que ahora debe constituir una autorizada contraparte ante quienes resultaron triunfadores. Unos ganadores con influencia o control sobre todos los poderes del Estado. La democracia es interacción. Esa interacción corre peligro.