Notas intempestivas para un canon horizontal

Notas intempestivas para un canon horizontal

Releo las notas para realizar una crítica al canon de la literatura dominicana y tal vez realizar un canon horizontal, en que se integren variadas voces que, a partir de un deslinde, nos permita desplegar un horizonte de comprensión del escribir en nuestra literatura.

I
Entiendo por Canon una lista privilegiada de obras que cierto autor o grupo de autores, autoridades o instituciones educativas realiza y da como la cima de cierto tipo de literatura. En el caso que nos concierne, el género novelístico, es importante delimitar las listas establecidas por las autoridades oficiales y aquellas que vienen del gusto o predilección de ciertos académicos. En las primeras, pudieran ser más transparentes las ideas políticas y sociales que la determinan. En la segunda, aunque estas ideas existan, podrían estar muy ocultas en el discurso estético y literario.
II
Cada época lee aquello que considera significativo. Como el acto de leer no es más que una forma de “intelligere” el presente, toda lectura está dominada por las ideas de la contemporaneidad. En otras palabras, la operación lectora de los sujetos en mímesis III está determinada por una conjugación de horizontes; es, entonces, el sentido el resultado del entrecruzamiento del mundo del texto y el mundo del lector. En la lectura aflora la triada presente, pasado y futuro. Un texto del pasado se valoriza en el presente y su sentido se orienta hacia el futuro como destino humano, como proyección del estar ahí y del vivir para… (la vida o la muerte).
III
La lista de libros que se convierte canónica por ser enunciada por un sujeto, autoridad, intelectual del sistema o no, que ha pasado por la acción del tiempo y las discusiones literarias, es el resultado de una época, ciertas lecturas y determinadas condiciones de la producción de símbolos y mensajes; además de la realización de ciertas prácticas, de la ejecución de operativos determinadas por las condiciones sociales y los discursos de la época.
IV
La relación que existe entre el arte y la ideología también debe ser planteada. La ideología como falsa identidad, como un escamoteo de la verdad, como cierta visión de mundo, es lenta o perezosa. Mientras que el arte por su propia dinámica de instalar lo nuevo en el mundo es dinámico, rompe con el tiempo y las estructuras que nos aprisionan. El arte es la floración de la libertad. Él es la libertad. Mientras que la pasividad de la ideología se encuentra en que ella, para significar, debe permanecer inmóvil, para darle así valor a las cosas, a los sujetos. La ideología es una metafísica, porque, aunque venga de la ruptura poética ella se cosifica en su propio valor o sentido y si cambia deja de ser. El arte es siempre el cambio, el no ser que es ahora y mañana ya no es. Es una dialéctica.
V
La lista canónica de obras tiende a la metafísica, en la medida en que ella intenta perpetuarse como verdad. Ahora bien, la concebimos como una actividad necesaria. Pienso que, basada en el mundo de la hipertextualidad que vivimos, frente a la abundancia de textos y si tomamos en cuenta la infinitud de propuestas estéticas y la forma trágica y finita de la condición humana, debemos, entonces, concebir las listas como una forma de analizar lo que queda. Es decir, lo que cada tipo de arte ha puesto en el mundo. Pero eso no es suficiente si no realizamos una crítica deconstructiva de las ideologías que acompañan al canon literario. No es suficiente plantearlo, hay que descomponer sus entramados y ver cómo ha funcionado en cada época.
VI
La historia de la novela dominicana parece una actividad escritural de larga duración. La historia de la literatura nos lega una serie de títulos, obras que no han sido reeditadas y de las que más de una generación ha tenido noticia dentro de los fundamentos del canon de los historiadores positivistas de nuestras letras.
VII
Por ejemplo, en el periodo que va de 1841 a 1847, los historiadores y críticos literarios dan cuenta de novelas o noveletas escritas por dominicanos entre las que sobresalen “La fantasma de Higüey” y “El Montero”.
VII
La crítica literaria le ha pasado por encima a estas obras: unas veces por desconocimiento y otras, por entender que no se publicaron en el país, o no entraban en el canon de las obras literarias que reflejaran lo dominicano. Creo pertinente plantear una contra-lectura de estas obras; en primer lugar, porque muchas de ellas fueron escritas por un solo autor Javier Angulo Guridi. También porque las condiciones de producción y publicación eran muy difíciles para los escritores dominicanos de mediados del siglo XIX y también porque el relato de la nación era muy fluido en el Caribe hispánico en esos años. ¿Qué era ser dominicano, puertorriqueño o cubano en 1850? ¿Habitantes de una exprovincia de España o de un territorio español? Las ideologías cosifican y es pertinente poner en movimiento las ideas. Es cierto que estas obras no tienen la identidad nacional o que estos autores vivieron a caballo entre una isla y otra. ¿Pero, no es ese ir y venir una de las características de nuestro Caribe?

IX
Lo que demuestra la existencia de estas novelas es el inicio de una narrativa. A secas. Una narrativa escrita por dominicanos. No el inicio de la literatura nacional en la que la representación de lo propio sea lo fundamental. Esta es una observación del contenido de la obra, que hay de particular en la lengua en la que está escrita, en las ideas que se exponen. ¿Existe una nueva visión de mundo en las obras que han calificado de exóticas? Es necesario un estudio textual que nos ponga frente a los valores de estas obras.

X

El canon literario ha elegido entre todas esas obras a “La fantasma de Higüey” y a “El Montero”. Algunas veces habla de “La ciguapa” de Francisco Javier Guridi y se olvida de las demás. El canon apenas ha podido situar lo fantástico y lo indígena que perfilan temáticamente esta narrativa; ha buscado una novela ideal que describa la cultura del dominicano, características que han encontrado en “El montero” de Pedro Francisco Bonó. Sin embargo, olvida que el narrar, el contar y el contarnos era una simbolización del espíritu del romanticismo que retomó en el Caribe al indígena y a los piratas como su otredad recuperable.

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