Notas sobre un discurso

Notas sobre un discurso

FIDELIO DESPRADEL
El señor Presidente planteó en su discurso del 27 de febrero que «durante más de dos décadas la economía dominicana había estado evolucionando de manera ejemplar». Agregando que «la República Dominicana logró convertirse en uno de los arquetipos a imitar en América Latina,» (..) pero que, a pesar de ello, «el modelo que tantos éxitos nos proporcionó en el pasado ya no es una garantía de nuevos triunfos». Y más adelante, el doctor Fernández planteó que «..es imprescindible redefinir también un nuevo paradigma de desarrollo económico y social.» Y aún elogiando el modelo de trabajo de mano de obra «intensivo» de las zonas francas, planteó que tenemos que pasar a «un modelo de producción de capital intensivo, basado en la innovación y el uso de tecnologías modernas». Insistiendo, unos días atrás, en el Massachussets Institute Tecnologic (MIT), que esto implica «..abrirse a la industria de alta tecnología». (Hoy; página 4; 6 de marzo).

Puede ser que el señor Presidente esté muy mal aconsejado por economistas y seudo economistas al servicio del capital financiero; puede ser que todo esto lo haya dicho por ingenuidad, pero también es posible que el doctor Fernández esté hablando con el corazón en la mano, y que crea, de verdad, que lo que dijo es lo más conveniente para el país y para su imagen pública.

La cuestión es que, cual que sea la raíz de estas y otras partes de su discurso, las mismas plantean una cuestión muy grave.

Los veinte años a que se refirió el doctor Fernández (1980-2000) son los más negros de la historia reciente del país. Fueron los años en que los norteamericanos acabaron de imponernos un modelo dependiente, después de la intervención militar de 1965; los años en que se nos impuso el «camino neoliberal», cuando la polarización social empezó a adquirir ribetes trágicos, y cuando (después de 1990), se nos impuso el programa de contrarreforma, contenido en el llamado «consenso de Washington». Son los años también cuando el aparato industrial estatal es desmantelado, y cuando la agricultura y la industria nacionales son subordinadas al interés del capital financiero nacional e internacional y al de las empresas extranjerizantes, negadoras de cualquier tipo de desarrollo nacional.

Si el presidente de la república piensa que en esos veinte años la República Dominicana «logró convertirse en uno de los arquetipos a imitar en América Latina» y que en esos años nuestra economía «había estado evolucionando de manera ejemplar», entonces es posible entender las otras partes del discurso del señor Presidente ante el Congreso. Porque pensar en pasar, ahora, como dijo el doctor Fernández, a «un modelo de producción de capital intensivo, basado en la innovación y el uso de tecnologías modernas», en un país con un atraso acumulado descomunal en la educación de la población, y con una industria y agricultura debilitados por la acción negativa, de más de tres décadas, de los sectores hegemónicos del Bloque de Poder, es lo mismo que condenar nuestra Nación a perder, definitivamente, lo poco que le queda como sostén de la Soberanía y el Bienestar de la población.

Asimismo, afirmar, como lo hizo el señor Presidente en su discurso, que «eso, señoras y señores, es avance. Eso es progreso. Eso es modernidad», refiriéndose a la facilidad para que los inversionistas extranjeros dispongan de herramientas legales, tecnológicas y operativas para transar sus títulos en el mercado, bajo los mismos parámetros de los mercados financieros internacionales, refleja una visión de la «modernidad» y del desarrollo, completamente alejada de los parámetros que le permitirían al país recuperar el tiempo perdido.

Se entiende entonces lo del Metro; se entiende a qué modernidad es que se refieren los funcionarios: modernidad de relumbrón y entrega a los valores éticos y a los intereses del capital extranjero, mientras se reproduce el crimen que han cometido todos los gobiernos con relación al presupuesto y la política de educación. Modernidad de relumbrón y entrega, mientras sólo se defiende de palabra el capital nacional, en la industria, la agricultura, e incluso, el turismo. Modernidad de relumbrón mientras se permite que el capital financiero sea el que dicte toda la política nacional; mientras los quiebrabancos siguen libres; mientras se cuece en el Congreso la ley de aguas, la más criminal de toda la cadena de ignominias que esta clase gobernante ha derramado sobre nuestra nación.

Debemos seguir comentando el discurso del Presidente. Pero estos comentarios deben trascender la simple evaluación crítica. Es necesario ir construyendo un discurso propositivo, en medio de las luchas sociales. Los elementos progresistas y revolucionarios de esta sociedad tenemos que irle diciendo al pueblo que los sectores hegemónicos del Bloque de Poder no pueden seguir dirigiendo esta sociedad. Que es posible y necesario transitar otros caminos. En fin, tenemos que avanzar hacía la construcción de una Propuesta Política Independiente, con vocación de poder. Opción de poder que sólo puede surgir, en un proceso, integrando a todos los sectores afectados por el modelo prevaleciente.

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