Notas y tributo para Susan Sontag, a propósito de su “Argumento sobre la belleza”

Notas y tributo para Susan Sontag, a propósito de su “Argumento sobre la belleza”

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
En un ejemplar de la revista Letras Libres editada en México, febrero 2003, aparece un excelente texto de Susan Sontag con el título de: Un argumento sobre la belleza.

El contenido de este texto, breve para su amplio océano de enjundia, revela el perfil y el tipo de sensibilidad de la brillante escritora, novelista, crítica de arte, guionista, civilista, e intelectual norteamericana, quien acaba de fallecer.

La reflexión de la autora, hecho raro a estas alturas, es una reflexión sobre la estética pura, en todo caso: es una exégesis de la contemplación como un accidente de lo estético-cotidiano, tema que Susan Sontag manejó con originalidad creadora sin par.

Las ideas manejadas en este texto publicado por la revista mexicana, tienen una relación directa con el libro Ante el dolor de los demás (Alfaguara, edición del mes de febrero del 2004), el que al margen de tocar el tema estético, de modo paralelo hace una rara iconografía del dolor en la historia de la pintura, aunque su interés exacto es el carácter fundacional de las imágenes en relación con la historia de la fotografía, tema que ya había tratado en su clásico Sobre la Fotografía, editado en su primera edición inglés en Picator USA, 2001.

Sin embargo, en este texto que se publica en Papeles del Trópico como tributo, se puede apreciar la capacidad argumental y al mismo tiempo detrás de la esteta, la escritora.

Susan Sontag hace un elogio puro de la belleza, no deja de cruzar por el tratado de Hegel, casi como un referente clásico, pero en su reflexión no elude todos los planos que debemos a la belleza y que una cierta tesis de la contemplación, solo adhiere a esa noción de esteticismo áulico, mozartiano. Ella prefiere otro camino, el de yuxtaponer noción de belleza e historia de la humanidad vía la pintura y la propia fotografía, sabiendo distinguir con claridad meridiana, la estética emocional que en cada contexto se genera y como el mismo es capaz de influir en los seres humanos.

Un punto de aparente simpleza, la escritora afirma a propósito del tema de la belleza femenina con exquisita agudeza:

“La Belleza puede ilustrar un ideal; una perfección. O una causa de su identificación con las mujeres (o más exactamente, La Mujer), puede desencadenar la ambivalencia usual que proviene de la antiquísima denigración de lo femenino. Mucho del descrédito de la belleza debe ser entendido como resultado de la inflexión de género. La misoginia puede estar, igualmente, en la raíz de la necesidad de metaforizar la belleza, para sacarla del entorno de lo ‘meramente’ femenino, lo poco serio, lo engañoso.

Ya que si las mujeres son adoradas porque son bellas, se condesciende con ellas por su preocupación de mantenerse o volverse bellas”…

Apenas un ejemplo del modo de abordar el tema, para Sontag el debate post moderno sobre la belleza tiene todo lo clásico como un referente de viejos usos históricos, lo que a ella le importa es la visión actual con que vivimos esa percepción de la bella, y poco a poco, entre ejemplos cotidianos y referencias históricas de viejas concepciones sobre la belleza y uso, ella teje y propone ideas renovadoras y polémicas, como debe ser, signo de identificación de la inteligencia viva, que no se deja atrapar en banalidades fortuitas.

Cuando en este breve texto Susan Sontag nos recuerda los usos frívolos de la belleza, su relación con la misoginia nos remite al gran estudioso del erotismo y sus ideas sobre el tema George Bataille, quien afirmaba que la misoginia tenía en el fondo un terrible complejo de inferioridad del hombre ante la mujer, disimulado en una rabia genérica tan torpe que solo ameritaba estudio en casos que fueran extremadamente patológicos.

Un Argumento sobre la belleza, es otro modo de teorizar sobre la belleza, es un modo de construirle una mirada que sin abandonar el sabor de lo estético, pretende que el prisma de lo analizado transcurra a partir de una experiencia de la práctica humana.

Para que la abstracción tome cuerpo Sontag nos habla también de la fragilidad como una condición importante (véase el ejemplo que pone de una carta escrita por un soldado alemán en 1942 sobre el tema de la navidad), retrato supremo de las emociones condicionadas por el impacto de lo instantáneo procesado en un territorio de las emociones que la fotografía sitúa y guarda.

Por eso Susan Sontag nos propone con sentida sensibilidad la reflexión sobre el ideal, la historia y la belleza, a propósito del mito clásico de la belleza como una instancia de alivio absoluto: La belleza forma parte de la historia de la idealización, que es a su vez parte de la historia de la consolación. Pero la belleza no siempre consuela. La belleza del rostro y del cuerpo atormenta, subyuga; esa belleza es imperiosa. Tanto la belleza que es humana, como la belleza que se crea (el arte), despiertan la fantasía de la posesión. Nuestro modelo de lo desinteresado proviene de la belleza de la naturaleza –una naturaleza que está por encima de nosotros, que no se puede poseer y es distante.

En una carta escrita por un soldado alemán que montaba guardia en medio del invierno, a finales de diciembre de 1942, se lee:

‘La Navidad más bella que he visto nunca, hecha enteramente de emociones desinteresadas, y desprovista de todo tipo de adornos chillantes. Yo estaba completamente solo bajo un enorme cielo estrellado, y recuerdo una lágrima caer por mi mejilla congelada, una lágrima que no era de dolor ni de alegría, sino de la emoción creada por una experiencia intensa‘

A diferencia de la belleza, con frecuencia frágil y perecedera, la capacidad para sentirse colmado por lo bello es asombrosamente fuerte y sobrevive en medio de las más arduas distracciones. Aun la guerra, aun la perspectiva de una muerte segura, son incapaces de erradicarla.

No conforme con estas observaciones, aguzada en señalar ciertos deslices del pensamiento no importa a quien, léase ahora como Susan Sontag con la agudeza que la inteligencia instintiva observa y elabora estos criterios y coloca al llamado Santo Padre en una situación muy especial, a propósito de unas declaraciones en la que la belleza y la obra de arte, sirven de escudo ante la afrenta de las violaciones de los curas católicos en el territorio delicado de la infancia, vocación mórbida y placentera de quienes quieren pedir moral desnudos en sus propias oscuridades.

Sontag agarra al vuelo estas consideraciones y extrapola estas ideas con los “usos comunes” de la belleza como escudo y excusa cotidiana de las barbaridades humanas:

“Cuando finalmente, en abril de 2002, el Papa Juan Pablo II respondió al escándalo provocado por la revelación de innumerables encubrimientos de sacerdotes responsables de rapiña sexual, hizo el siguiente comentario ante los cardenales estadounidenses reunidos en el Vaticano: “Una gran obra de arte puede presentar melladuras, pero su belleza permanece. Esta es una verdad que cualquier crítico intelectualmente honesto reconoce”.

¿Es de extrañar que el Papa compare la Iglesia Católica con una gran –es decir, hermosa– obra de arte? Quizás no, ya esta inocua comparación le permite transformar los aberrantes delitos en algo así como las raspaduras en la copia de una película muda o las despostilladuras en la superficie de una obra maestra de la pintura antigua: meras imperfecciones que instintivamente ignoramos o pasamos por alto. Al Papa le gustan las ideas venerables. Y “la belleza”, en tanto que remite (como la salud) a una excelencia indiscutible, ha sido un término al que se ha recurrido siempre para formular evaluaciones incuestionables.

La permanencia, sin embargo, no es uno de los atributos más evidentes de la belleza; y su contemplación –cuando es experta– puede estar entreverada en el pathos, tema que Shakespeare aborda en muchos de sus sonetos. Las celebraciones tradicionales de la belleza en el Japón, como el rito anual de contemplar los cerezos en flor, son sutilmente elegiacas; la belleza más conmovedora es la más evanescente. Hacer de la belleza algo en cierto modo perdurable ha requerido de un buen número de transposiciones y de remiendos conceptuales. La idea resultaba sencillamente demasiado atractiva, demasiado poderosa, como para ser malbaratada en las a formas superiores. Había que multiplicar la idea, permitir que hubiera tipos de belleza, belleza con adjetivos, organizada en una ascendente escala de valores y de incorruptibilidad, donde los usos metaforizados (“belleza intelectual”, “belleza espiritual”) tuvieran prioridad sobre lo que el lenguaje ordinario alaba como bello- lo que proporciona un gozo a los sentidos.”

Para hacer un retrato claro de la belleza entendida como elegía, se va hacia los tiempos de “cuando París era una fiesta” y contextualizar la negación de la misma por los llamados modernos :

“La belleza menos “edificante” del rostro y del cuerpo sigue siendo, por lo común, el sitio más visitado de lo bello. Pero uno difícilmente esperaría que el Papa invocara ese sentido en particular al intentar hacer la defensa de varias generaciones de sacerdotes que abusaron sexualmente de los niños, y que recibieron protección. Vendría más a propósito –su propósito– la “elevada” belleza del arte. No obstante lo mucho que aparente ser el arte un asunto de superficies y recepción sensorial, se ha hecho acreedor, en general, a una ciudadanía honoraria en el dominio de la belleza “interna” –en oposición con la “externa”. La belleza sería así inmutable, al menos cuando ha encarnado –se ha fijado– bajo la forma del arte, porque es en el arte donde la belleza como idea –como idea eterna– encarna mejor. La belleza (si es éste el modo que uno escoge de darle uso a la palabra) es profunda, no superficial; oculta a veces, más que evidente; consoladora, y no problemática; indestructible, como en el arte, antes que efímera, como en la naturaleza. La belleza –aquella clase que se estipula como edificante– perdura.

La mejor teoría de la belleza es su historia. Pensar en la historia de la belleza significa concentrarse en su despliegue en manos de comunidades específicas.

Las comunidades que han sido llevadas por sus líderes a refrenar todo aquello que perciben como mareas nocivas de perspectivas innovadoras, no tienen interés en modificar la valla que ofrece la noción de belleza como alabanza irreprochable y como consuelo. Difícilmente sorprende que Juan Pablo II, y el coto conservador de la institución que representa, se sientan tan a gusto con la belleza como con la idea del bien.

Igualmente ineludible parece ser el hecho de que, cuando las más prestigiosas comunidades artísticas se involucraron, hace ya casi un siglo, en proyectos extremos de innovación, entre aquellas nociones que debían desacreditarse estaba, en primera fila, la belleza. A los hacedores y proclamadotes de lo nuevo, la belleza no podía sino parecerles un patrón de medida conservador. Gertrude Stein decía que llamar “belleza” a una obra de arte significaba que estaba muerta. “Bello” ha llegado a significar “sólo bello”: no hay elogio más común ni más soso.

En otras partes la belleza todavía reina, irreprimible. (¿Y cómo no?) Cuando Oscar Wilde, notable amante de la belleza, anunció en The Decay of Lying, “Nadie que tenga una pizca de verdadera cultura habla nunca de belleza de una puesta de sol: las puestas de sol ya pasaron de moda”, las puestas de sol se tambalearon con el golpe, y se recuperaron después; les beaux arts, emplazadas por el mismo llamado para ponerse al día, no. La eliminación de la noción de belleza como criterio para juzgar el arte no necesariamente es indicio de que la autoridad de la belleza ha disminuido. Es más bien un testimonio del descrédito en que ha caído la idea de que existe algo llamado arte. “

Entre filosofía y prosa, entre análisis y crítica estética, los párrafos de esas páginas contienen todo el poder ingenioso y perspicaz de esta brillante pensadora de su tiempo.

Para Susan Sontag, no hay contemplación que no nos implique en una dialéctica en la cual el género humano está vinculado a la memoria de la belleza, aun en el túnel oscuro de la tragedia.

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