Notorio

<P>Notorio</P>

Las veces que he convivido con personas del primer mundo occidental, Europa y Estados Unidos de América, me llama la atención la importancia que dan a la verdad. Si usted quiere terminar una amistad o relación personal o de trabajo, simplemente diga alguna mentira. Me sospecho que en oriente el caso es el mismo. Aunque también hay mentirosos en esos lugares.

Lo vi ocurrir constantemente, cuando alguien cometía ese error. Mantenerse siempre en la verdad, en esos países, le llaman sistema de honor. Se aplica también a la política, si alguien ofrece algo, se espera que lo cumpla o por lo menos trate. Repetidas veces leemos cuando un político renuncia a su cargo porque lo atraparon diciendo una mentira. El presidente Clinton fue sometido a juicio en el congreso estadounidense, no por la magnitud de su pecado, sino porque cometió perjurio ante el pueblo de su país; estuvo a punto de ser destituido. Cierto, otros se han salvado, el presidente G. W. Busch insistió en la existencia de armas de destrucción masiva como excusa para invadir a Irak, mientras Mohammed El-Baradei, presidente de la Comisión Internacional de Energía Atómica declaraba, una y otra vez, después de cada visita a Irak que no había encontrado indicios de que tuvieran esas armas. Su caso tenía una puerta abierta por la que salir.

¿Qué importancia tiene decir la verdad en esos países? La gente piensa que si lo atrapa alguien en una mentira, de ahí en adelante, no podrán distinguir lo que es verdad o no. Por tanto, pierden la confianza en la persona. A mi juicio, esto hace mucho sentido. Es como tener una TV que a veces prende y otras no, ¿podría usted confiar que va a ver su programa favorito en un momento determinado?

El mismo criterio se aplica a cumplir las leyes. La desobediencia a las leyes, como la de tránsito, ha llegado a tal punto que los ciudadanos llegan a las esquinas, semáforo en rojo, sino hay policías, ni vienen carros en sentido que les interrumpan, siguen de largo, doblan o hacen una vuelta en U. Ya el asunto ha llegado a que no importa que vengan vehículos o no, hacen sus deseos sin que les importe si el que tiene el derecho de vía va de detenerse. La cosa empezó con los chóferes públicos y ya se ven grandes señores y señoras en carros de lujo, haciéndolo. Si vamos a una velocidad que no le gusta al que nos sigue, nos toca bocina, se pega y hasta que no logra pasarnos, no se queda tranquilo. Ni qué hablar de los motoristas, para ellos no hay vías, ni contravías; cosa que se va extendiendo a los carros y señorones.

El tránsito nacional va como una avalancha que llega a las autoridades: un AMET me detuvo cuando transitaba por una avenida con derecho de vía, para dejar doblar a una hilera de vehículos en una esquina donde no se podía hacer ese giro. ¿¡Sorpresa!? El desorden está aprobado por la autoridad.

El comerciante o industrial no escapa a esos arrebatos, miente con demasiada frecuencia, piensa que la justificación se la da el objetivo de ganar más dinero. Lo mismo hace el chiripero y el diantre y su hermano.

¿Serán bobos los: comerciantes, industriales, autoridades y demás personas de los países desarrollados que temen a las mentiras? Podría ser, a juzgar con la rapidez que se acumulan riquezas aquí. No obstante, esos bobos han llegado a la conclusión que con la verdad viven mejor: progresan y logran mayor tranquilidad espiritual. Duermen mejor y sus países marchan por rutas claras, envidiables y de respeto. Cada cual con su derecho y respetando el del ajeno. Es la ruta que conduce al desarrollo, al buen vivir.

Hasta que la educación no llegue a permear nuestras mentes y decidamos hacerlo bien aunque no nos vean los guardias, ni los policías, ni Dios; estaremos metidos en el desbarajuste que nos encontramos.

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