Conocemos, con la cabeza o con el corazón, que nuestra nación está formada por distintos pero similares países. Variantes psico-sociales dentro de una identidad envolvente que nos hace similares entre sí y diferentes a otros conglomerados humanos.
Desiguales son un campesino dominicano y un capitalino. Poco tienen en común una familia acomodada de Santiago con una de Los Mameyes. Ciertamente, que un cortador de caña de Monte Plata es extranjero a las formas y costumbres de una familia banileja propietaria de colmado.
Patria desarticulada, cubista si se quiere, heterogénea. Una de sus fracciones es la de aquellos que se fueron: los emigrantes, los ausentes, los dominicanyork. Estos últimos, los más numerosos, antiguos y definidos de la diáspora; una colonia que por el tiempo transcurrido y su estable demarcación geográfica dentro de la ciudad de Nueva York ha adquirido cultura propia. (El fenómeno de aculturización es universal y bien estudiado. Los trabajos del doctor Eugenio Rothe en Miami nos muestran las vicisitudes culturales de los cubanos exiliados.)
El dominicano de La Gran Manzana es a uno de la media isla como el de Los Minas es al de Gazcue, o el azuano al de La Romana. Poco tienen en común con el haitiano pero mucho entre sí. Nuestros emigrantes en la vasta ciudad norteamericana hablan, visten, trabajan, planifican y hasta piensan de forma particular. Su drama existencial, a lo Shakespeare, de ser o no ser, de estar o no estar, de regresar o quedarse, de sufrir la nostalgia o de olvidar el pasado, de resentir la patria o de quererla, los hace únicos con su inefable y obstinada fuerza de superación.
Mucho se ha escrito sobre el dominicanyork, pero nadie había resumido el drama humano, el lenguaje, los matices de aculturización, rechazo y lealtad a la tierra natal tan aguda, inteligente y entretenidamente como lo hace Junot Díaz en su libro The Brief Wondrous Life of Oscar Wao. Muestra en detalles íntimos el trauma, las marcas psicológicas y las consecuencias de ofrendar la vida tratando de rescatar la dignidad perdida en la pobreza y la vejación. El esfuerzo por superar humillaciones viejas en la descendencia. Desprecios y privaciones que irremediablemente llevaran tatuadas los hijos de los hijos, heredando el desgarramiento.
El lenguaje de la novela, criticado por algunos, es a mi entender uno de sus aciertos, dado que el espanglish, y el uso indistinto del español y el inglés en una misma frase, es el habla natural, propia, de quienes viven entre dos idiomas y dos mundos sin ser sofisticados en ninguno de ellos.
Junot Díaz inaugura la novela dominicanyork – ya se presentía en algunos de sus cuentos – y se convierte en la voz profunda y sentimental de esa singular porción de la dominicanidad, que no es ni deja de ser absolutamente nuestra.
La cercanía en la que el autor nos coloca de sus personajes, nos brinda la credibilidad indispensable para mezclarnos con ellos en una singular experiencia literaria donde no puede existir la indiferencia.